los reyes (desnudos) del mundo
Lo confieso: vi Los reyes del mundo, película de la directora colombiana Laura Mora Ortega, esperando encontrar una historia que me conmoviera hasta las lágrimas, pero fue llegar hasta la mitad de la película para empezar a creer que estaba, una vez más, ante un producto inflado por periodistas y críticos. Digo esto porque este fue mi caso, atraído hacia la película por los cientos de comentarios y notas que la catalogan como heredera del cine de Víctor Gaviria; caí porque fue la representante por Colombia para los Premios Oscar y en el Festival de Cine de San Sebastián se llevó el premio Concha de Oro; caí porque, de manera injusta, la directora fue culpada por el desplazamiento vivido por el protagonista como resultado de su reconocimiento en una zona rodeada por grupos paramilitares; caí porque los periodistas de El Tiempo, El Espectador y cuanto medio digital se puedan imaginar la aplaudieron en un solo impulso; caí porque escuché y leí que era una gran película, pero la verdad es que no lo es tanto.
Los reyes del mundo es la historia de un grupo de adolescentes que sobreviven en las calles de Medellín y un día deciden iniciar un viaje en busca de un hogar, un grupo de amigos que entre ellos se reconocen como una familia. Esta característica, que es esencial para el desarrollo de la historia, será el primer hilo del que empezaré a halar para desbaratar el traje de emperador que los expertos le han impuesto: es el minuto cuarenta y dos y la película parece cumplir con su promesa de ser un relato hermoso; su fotografía y la poesía sugerida con el caballo blanco, así como la niebla de la carretera, funcionan de tal manera que me hacen creer que los expertos de la prensa tenían razón. Sin embargo, es en este punto donde el relato de los amigos como familia se cae por completo. Esto se debe a una escena donde los muchachos son secuestrados por unos hacendados de la zona, los cuales se llevan finalmente a Nano, integrante de esta “familia” de amigos, separándolo del grupo bajo la amenaza de muerte, cosa que no sabemos si sucede porque a la siguiente escena, y sin que podamos saber cómo, el resto del grupo escapa de la hacienda. Una vez ellos se encuentran en la carretera, fuera del alcance de los hombres que deseaban hacerles daño, empieza una discusión entre Rá, su protagonista, y Culebro. ¿Acaso esta discusión tiene su origen en la suerte de su amigo-hermano Nano? Debería ser así porque son una “familia de amigos”, pero no pasa esto; la preocupación de Rá y el grupo son los papeles de la tierra prometida. La suerte, vida o muerte de Nano, importa tan poco para los otros personajes que deciden volver por el camino por el que minutos antes escaparon sólo para buscar los papeles de la finca, no a su “hermano” desaparecido. ¿Qué sucedió ahí? ¿Nano murió y ellos no pudieron hacer nada para evitarlo? ¿Y cómo escaparon del lugar? Estas preguntas son imposibles de responder en esta escena, así como en otras tantas posteriores, porque la lógica narrativa interna de la película suele romperse sin razón aparente, y aquí el apelativo de “delirante” con el que se autocalifica la historia es insuficiente para darle sentido a lo que no lo tiene.
Estos baches, que pueden ser desde personajes que aparecen y desaparecen sin razón, como es el caso de Nano y Culebro quien después de irse con la comida reaparece unas escenas después sin que los espectadores podamos saber cómo pudo encontrar al grupo, hasta encadenamientos de relato tan rotos y extraños que el efecto que producen en el espectador es el desconcierto, o una banda sonora que parece acorde para la directora en su vida personal, pero no para los personajes de su historia, son fallas de la película que en realidad dificultan que sea apreciada por un público diferente al que hoy la cataloga como clásico. Los reyes del mundo es una película que pudo ser lo que los críticos y periodistas dicen que es; la fotografía es hermosa y sugerente, capaz incluso de lograr una poesía visual que sostiene el fuerte componente metafórico que propone; las actuaciones, todas de actores naturales, logran ser convincentes y grandiosas; la escena de los niños en el prostíbulo, bailando con prostitutas todas ellas tan mayores, tan señoras, que la relación simbólica con las madres que ellos no tienen es inevitable, y los últimos veinte minutos, que son una verdadera joya donde se condensa la fotografía, los movimientos de cámara, las actuaciones naturales y quizá el principal leitmotiv de la historia: la denuncia sobre el despojo de tierras, la minería ilegal y la guerra en Colombia. Una intención hermosa de parte del cine de Laura Mora, pero que igualmente no la blinda de una crítica estricta, una que también pueda decir, sin temor a represalias o censura, que es imperfecta, irregular, con grandes momentos de belleza, pero insuficientes para ser un clásico en todo el sentido de la palabra.
Creo que es esto lo que realmente quiero señalar aquí: estamos ante una crítica y una prensa incapaz de señalar los errores o las necesidades del arte propio; estamos ante una crítica que aplaude cualquier obra sin importar que al hacerlo se engañe al público y al artista mismo. El arte tiene el derecho de fallar, incluso forma parte de la construcción de toda obra y todo artista, pero la crítica no puede darse el lujo de ser tan benevolente ante los resultados que se muestran. El rey está desnudo, sin duda, pero ese rey no es esta película que pudo ser mucho más hermosa y lograda de lo que es hoy, el rey es la prensa que sigue siendo incapaz de decirle al público que en el arte que hacemos hay cosas que se pueden hacer mucho mejor.
Los reyes del mundo es la historia de un grupo de adolescentes que sobreviven en las calles de Medellín y un día deciden iniciar un viaje en busca de un hogar, un grupo de amigos que entre ellos se reconocen como una familia. Esta característica, que es esencial para el desarrollo de la historia, será el primer hilo del que empezaré a halar para desbaratar el traje de emperador que los expertos le han impuesto: es el minuto cuarenta y dos y la película parece cumplir con su promesa de ser un relato hermoso; su fotografía y la poesía sugerida con el caballo blanco, así como la niebla de la carretera, funcionan de tal manera que me hacen creer que los expertos de la prensa tenían razón. Sin embargo, es en este punto donde el relato de los amigos como familia se cae por completo. Esto se debe a una escena donde los muchachos son secuestrados por unos hacendados de la zona, los cuales se llevan finalmente a Nano, integrante de esta “familia” de amigos, separándolo del grupo bajo la amenaza de muerte, cosa que no sabemos si sucede porque a la siguiente escena, y sin que podamos saber cómo, el resto del grupo escapa de la hacienda. Una vez ellos se encuentran en la carretera, fuera del alcance de los hombres que deseaban hacerles daño, empieza una discusión entre Rá, su protagonista, y Culebro. ¿Acaso esta discusión tiene su origen en la suerte de su amigo-hermano Nano? Debería ser así porque son una “familia de amigos”, pero no pasa esto; la preocupación de Rá y el grupo son los papeles de la tierra prometida. La suerte, vida o muerte de Nano, importa tan poco para los otros personajes que deciden volver por el camino por el que minutos antes escaparon sólo para buscar los papeles de la finca, no a su “hermano” desaparecido. ¿Qué sucedió ahí? ¿Nano murió y ellos no pudieron hacer nada para evitarlo? ¿Y cómo escaparon del lugar? Estas preguntas son imposibles de responder en esta escena, así como en otras tantas posteriores, porque la lógica narrativa interna de la película suele romperse sin razón aparente, y aquí el apelativo de “delirante” con el que se autocalifica la historia es insuficiente para darle sentido a lo que no lo tiene.
Estos baches, que pueden ser desde personajes que aparecen y desaparecen sin razón, como es el caso de Nano y Culebro quien después de irse con la comida reaparece unas escenas después sin que los espectadores podamos saber cómo pudo encontrar al grupo, hasta encadenamientos de relato tan rotos y extraños que el efecto que producen en el espectador es el desconcierto, o una banda sonora que parece acorde para la directora en su vida personal, pero no para los personajes de su historia, son fallas de la película que en realidad dificultan que sea apreciada por un público diferente al que hoy la cataloga como clásico. Los reyes del mundo es una película que pudo ser lo que los críticos y periodistas dicen que es; la fotografía es hermosa y sugerente, capaz incluso de lograr una poesía visual que sostiene el fuerte componente metafórico que propone; las actuaciones, todas de actores naturales, logran ser convincentes y grandiosas; la escena de los niños en el prostíbulo, bailando con prostitutas todas ellas tan mayores, tan señoras, que la relación simbólica con las madres que ellos no tienen es inevitable, y los últimos veinte minutos, que son una verdadera joya donde se condensa la fotografía, los movimientos de cámara, las actuaciones naturales y quizá el principal leitmotiv de la historia: la denuncia sobre el despojo de tierras, la minería ilegal y la guerra en Colombia. Una intención hermosa de parte del cine de Laura Mora, pero que igualmente no la blinda de una crítica estricta, una que también pueda decir, sin temor a represalias o censura, que es imperfecta, irregular, con grandes momentos de belleza, pero insuficientes para ser un clásico en todo el sentido de la palabra.
Creo que es esto lo que realmente quiero señalar aquí: estamos ante una crítica y una prensa incapaz de señalar los errores o las necesidades del arte propio; estamos ante una crítica que aplaude cualquier obra sin importar que al hacerlo se engañe al público y al artista mismo. El arte tiene el derecho de fallar, incluso forma parte de la construcción de toda obra y todo artista, pero la crítica no puede darse el lujo de ser tan benevolente ante los resultados que se muestran. El rey está desnudo, sin duda, pero ese rey no es esta película que pudo ser mucho más hermosa y lograda de lo que es hoy, el rey es la prensa que sigue siendo incapaz de decirle al público que en el arte que hacemos hay cosas que se pueden hacer mucho mejor.
tu sombra de pájaro
Tu sombra de pájaro. María del Mar Escobedo. Bogotá: Laguna Libros. 2022. 158 páginas.
Hay autores que nacen lentamente, con paciencia, silencio y obstinación. Usualmente, estos escritores trabajan con un amor absoluto hacia la palabra y es por eso que, una vez que los conocemos, tenemos el presentimiento de estar ante algo preciado, algo hermoso y triste como los recuerdos de la infancia. Esto sucede con la escritora bogotana María del Mar Escobedo, quien presenta Tu sombra de pájaro, su primera novela publicada por Laguna Libros gracias a la Beca de proyectos editoriales independientes, emergentes y comunitarios, concedida por el Programa Distrital de Estímulos del Instituto Distrital de las Artes, Idartes, 2022. María del Mar es Magíster en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional y forma parte del equipo de Los Iletrados, podcast dedicado a la lectura en voz alta de obras literarias. Este rasgo de su vida se introduce de manera importante en el relato que conforma esta novela, porque Isabela, su protagonista, le lee libros a Lorena, su prima menor, una niña enferma y casi animal que se convierte en el transcurso de las páginas en un abismo tan fuerte que terminamos deseando caer en él.
Junto a Lorena se mueven los pájaros, cientos como letras de una oración que nos dice una y otra vez que la muerte está llena de plumas y de sangre, de manos frágiles y de sexo. Así, mientras Isabel lee y le confiesa su vida a su prima, el mundo de Barba Azul y los cuentos de vampiros y monstruos se confunde con el de Nueva Caledonia, un país que se destruye a sí mismo entre protestas y desapariciones registradas apenas por las redes sociales y los titulares efímeros de los periódicos. Isabel es una mujer joven que se ve en la necesidad de cuidar de una prima extraña, desconocida hasta ese momento para ella. Una mujer que se esconde del fracaso del amor en el cuidado de una adolescente que necesita de sangre y de recuerdos para vivir.
Esta novela ha sido escrita por una autora que, a pesar de presentar su primera publicación, lleva años de entrega absoluta al difícil oficio del arte literario, y esto se reconoce en el lenguaje con el que construye Tu sombra de pájaro, en la poesía y la música que existe entre sus palabras, una música que termina por invitar al lector a ser como su protagonista y leer el libro en un susurro privado, como de secreto y de confesión. Junto al bello manejo del lenguaje, se reconoce también el eco de una tradición literaria conformada no solo por los cuentos clásicos de la literatura europea, sino también por el cine, en especial del director sueco Ingmar Bergman, quien se convierte en personaje y guiño de la autora para con nosotros, sus nuevos lectores. Así, Tu sombra de pájaro presenta a María del Mar Escobedo no solamente como una nueva voz de la literatura colombiana, sino como una escritora formada que finalmente se muestra al público, y esto es algo que celebro porque la literatura es un monstruo cuyos mejores padres son los que anidan sus palabras con paciencia, silencio y obstinación.
Hay autores que nacen lentamente, con paciencia, silencio y obstinación. Usualmente, estos escritores trabajan con un amor absoluto hacia la palabra y es por eso que, una vez que los conocemos, tenemos el presentimiento de estar ante algo preciado, algo hermoso y triste como los recuerdos de la infancia. Esto sucede con la escritora bogotana María del Mar Escobedo, quien presenta Tu sombra de pájaro, su primera novela publicada por Laguna Libros gracias a la Beca de proyectos editoriales independientes, emergentes y comunitarios, concedida por el Programa Distrital de Estímulos del Instituto Distrital de las Artes, Idartes, 2022. María del Mar es Magíster en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional y forma parte del equipo de Los Iletrados, podcast dedicado a la lectura en voz alta de obras literarias. Este rasgo de su vida se introduce de manera importante en el relato que conforma esta novela, porque Isabela, su protagonista, le lee libros a Lorena, su prima menor, una niña enferma y casi animal que se convierte en el transcurso de las páginas en un abismo tan fuerte que terminamos deseando caer en él.
Junto a Lorena se mueven los pájaros, cientos como letras de una oración que nos dice una y otra vez que la muerte está llena de plumas y de sangre, de manos frágiles y de sexo. Así, mientras Isabel lee y le confiesa su vida a su prima, el mundo de Barba Azul y los cuentos de vampiros y monstruos se confunde con el de Nueva Caledonia, un país que se destruye a sí mismo entre protestas y desapariciones registradas apenas por las redes sociales y los titulares efímeros de los periódicos. Isabel es una mujer joven que se ve en la necesidad de cuidar de una prima extraña, desconocida hasta ese momento para ella. Una mujer que se esconde del fracaso del amor en el cuidado de una adolescente que necesita de sangre y de recuerdos para vivir.
Esta novela ha sido escrita por una autora que, a pesar de presentar su primera publicación, lleva años de entrega absoluta al difícil oficio del arte literario, y esto se reconoce en el lenguaje con el que construye Tu sombra de pájaro, en la poesía y la música que existe entre sus palabras, una música que termina por invitar al lector a ser como su protagonista y leer el libro en un susurro privado, como de secreto y de confesión. Junto al bello manejo del lenguaje, se reconoce también el eco de una tradición literaria conformada no solo por los cuentos clásicos de la literatura europea, sino también por el cine, en especial del director sueco Ingmar Bergman, quien se convierte en personaje y guiño de la autora para con nosotros, sus nuevos lectores. Así, Tu sombra de pájaro presenta a María del Mar Escobedo no solamente como una nueva voz de la literatura colombiana, sino como una escritora formada que finalmente se muestra al público, y esto es algo que celebro porque la literatura es un monstruo cuyos mejores padres son los que anidan sus palabras con paciencia, silencio y obstinación.
Obituario: la muerte en nueve cuentos
Quisiera pedirles que imaginen un lugar cualquiera del mundo, un lugar que sea común para ustedes, como sus casas, la escuela de la infancia o el barrio y las calles en las que han pasado la vida entera. Ahora les quiero pedir que olviden el nombre de esos lugares como los de cualquiera que funcione de indicio para mencionar un país específico; el espacio sigue existiendo, pero los nombres que podríamos identificar con cualquier idea de nación o patria, lugares no sólo ambiguos sino perversos, desaparecerán estos para ser reemplazados por uno cualquiera de su propia imaginación. Por ejemplo, cambiemos a los amados y apestosos cigarrillos Piel Roja por unos llamados Comanche; cambiemos Cazucá o Ciudad Bolívar, por algo como Bellavista; cambiemos incluso el nombre de los dueños de la muerte, como los paramilitares o las guerrillas, por Los Caínes o los AK-47. Cambiémoslo todo, pero sigamos acá.
Esto que hemos hecho es apenas una parte de la tarea realizada por Juan Pablo Parra en los cuentos que conforman el libro Obituario. Nueve cuentos en los que un país imaginado, al mejor estilo de William Faulkner con su impronunciable Yoknapatawpha, aparece para recordarnos que no importa el lugar en el que estemos, igual nuestra vida siempre corre peligro. La ciudad, los pueblos escondidos en las montañas, así como los caminos solitarios del Llano y los ríos en los que los muertos pasan como ramas caídas al agua, todo lo que allí sucede pertenece a un universo violento en el que Colombia es apenas uno de sus territorios. El mundo presentado por Juan Pablo, abarca una violencia que se da por igual en otros países y tiempos de la realidad humana. La guerra y la impunidad, al igual que la sangre, el miedo y la muerte, son una herencia que palpita con fuerza al interior de todos nosotros, sin importar nuestro origen. Los paramilitares de Colombia, reconocidos algunos como Águilas Negras, son apenas un grupo aves de una misma especie que vuela sobre el mundo entero. Quizá por esto, es que los cuentos que conforman este libro han sido leídos por varios lectores como crónicas periodísticas, así los lugares y las personas que se mencionan no existan. Creer que un cantante de trap llamado Narciso Guerra existió, es un ejemplo de la confusión natural que puede sucedernos al leer el cuento homónimo del cantante asesinado en el barrio Bellavista. Algo curioso en esta elección de ficción sobre realidad, es el protagonismo constante de la prensa en la mayoría de estos cuentos. Un periódico, un programa de radio y un periodista como narrador o punto de vista del universo imaginado pareciera retumbar no solo como responsable de la posible confusión anteriormente mencionada, sino especialmente como señal de aviso sobre una profesión peligrosa y muchas veces, por no decir que siempre, mentirosa.
Obituario es el primer libro de Juan Pablo Parra, a quien tuve la fortuna de conocer en la Universidad Nacional como compañero de la Maestría en Escrituras Creativas. Este libro es el proyecto de tesis que inició hace tres años, y la paciencia y el estudio se reconocen en cada cuento. Un oficio de artesano y un conocimiento del género que es la muestra de años de estudio, lecturas y reescritura. La influencia de autores como Juan Rulfo, Hernando Téllez y Rubén Fonseca, así como del mismísimo Goya y su serie de grabados llamados Los desastres de la guerra, aparecen para ser los referentes de un autor que con este primer libro se suma a la nueva ola de autores colombianos como Daniel Ferreira, Julianne Pachico y Laura Ortiz, quienes retratan, de maneras particulares, la realidad violenta de lo que somos. Bienvenidos a Obituario.
Esto que hemos hecho es apenas una parte de la tarea realizada por Juan Pablo Parra en los cuentos que conforman el libro Obituario. Nueve cuentos en los que un país imaginado, al mejor estilo de William Faulkner con su impronunciable Yoknapatawpha, aparece para recordarnos que no importa el lugar en el que estemos, igual nuestra vida siempre corre peligro. La ciudad, los pueblos escondidos en las montañas, así como los caminos solitarios del Llano y los ríos en los que los muertos pasan como ramas caídas al agua, todo lo que allí sucede pertenece a un universo violento en el que Colombia es apenas uno de sus territorios. El mundo presentado por Juan Pablo, abarca una violencia que se da por igual en otros países y tiempos de la realidad humana. La guerra y la impunidad, al igual que la sangre, el miedo y la muerte, son una herencia que palpita con fuerza al interior de todos nosotros, sin importar nuestro origen. Los paramilitares de Colombia, reconocidos algunos como Águilas Negras, son apenas un grupo aves de una misma especie que vuela sobre el mundo entero. Quizá por esto, es que los cuentos que conforman este libro han sido leídos por varios lectores como crónicas periodísticas, así los lugares y las personas que se mencionan no existan. Creer que un cantante de trap llamado Narciso Guerra existió, es un ejemplo de la confusión natural que puede sucedernos al leer el cuento homónimo del cantante asesinado en el barrio Bellavista. Algo curioso en esta elección de ficción sobre realidad, es el protagonismo constante de la prensa en la mayoría de estos cuentos. Un periódico, un programa de radio y un periodista como narrador o punto de vista del universo imaginado pareciera retumbar no solo como responsable de la posible confusión anteriormente mencionada, sino especialmente como señal de aviso sobre una profesión peligrosa y muchas veces, por no decir que siempre, mentirosa.
Obituario es el primer libro de Juan Pablo Parra, a quien tuve la fortuna de conocer en la Universidad Nacional como compañero de la Maestría en Escrituras Creativas. Este libro es el proyecto de tesis que inició hace tres años, y la paciencia y el estudio se reconocen en cada cuento. Un oficio de artesano y un conocimiento del género que es la muestra de años de estudio, lecturas y reescritura. La influencia de autores como Juan Rulfo, Hernando Téllez y Rubén Fonseca, así como del mismísimo Goya y su serie de grabados llamados Los desastres de la guerra, aparecen para ser los referentes de un autor que con este primer libro se suma a la nueva ola de autores colombianos como Daniel Ferreira, Julianne Pachico y Laura Ortiz, quienes retratan, de maneras particulares, la realidad violenta de lo que somos. Bienvenidos a Obituario.
Sobre los talleres de escritura
La primera vez que estuve en un taller literario fue en el 2003. Tenía 17 años y lo único que sabía hacer era leer. No tenía ninguna intención de ser escritor, fui solamente porque un amigo me invitó. Debo decir que haber aceptado esa invitación fue clave en mi vida, porque la verdad es que antes de ese día yo veía a la literatura como un placer más, un placer que podía abandonar en cualquier momento.
El taller se llamaba Umpalá. Su director en ese entonces era un temido profesor de literatura de la universidad, pero que ese día daba la impresión de ser otra persona por la camiseta de Hector Lavoe y blue jean viejo que llevaba puesto. El resto del grupo reunido esa tarde era por completo heterogéneo; hoy recuerdo a un abogado, un camarógrafo de Caracol Noticias, algunos compañeros de universidad, una comunicadora social venezolana recién graduada, dos ingenieros electricistas –uno con ojos de chino y el otro con un cabello enmarañado y una camiseta blanca de Pink Floyd- y yo, un muchacho recién ingresado a la carrera de literatura de la UIS. Lo primero que pensé fue que yo estaba equivocado, esto no podía ser un taller de literatura, pero a medida que ellos hablaban y compartían lecturas, mi idea cambio hasta llegar a una conclusión definitiva: la literatura es algo más de amigos que de académicos, y esa era la razón por la que el profesor, así como todos los demás que estaban allí, sonreían y se trataban como una pandilla de barrio antes que iluminados de las letras. Y fue esta la primera enseñanza que tuve sobre los talleres de escritura: son una cosa de amigos, de gente que se aprecia y se respeta porque se ha topado por esa necesidad secreta por escribir.
Antes del taller Umpalá escribía sin buscarlo; primero fueron cartas a una ex-novia, y luego algunos intentos de poesía, uno de ellos leído en el colegio frente a todos los grados de la jornada de la mañana. Estos intentos de escritura no me afirmaron como escritor porque no lo era. No pensaba en la escritura como un fin propio, sino que lo hacía para recuperar a una mujer que creí amar, así como para cumplir con una tarea de la clase de español. Fue hasta que empecé a visitar al taller literario que empecé a ver la escritura como un fin propio, y una vez entendido esto empecé a escribir de verdad.
El género que tomé como propio fue el cuento, quizá porque la mayoría del grupo de Umpalá escribía cuentos, o quizá también porque era lo que mejor se me daba. El caso es que fue difícil, primero porque lo que hacía no era más que una copia de escritores ya leídos como Edgar Allan Poe, y segundo porque la crítica recibida fue dura. Cuando escribí el primer relato del que me sintiera orgulloso, creía que al leerlo en el grupo sería aplaudido. Estaba seguro que celebrarían por haber encontrado al escritor que estaban esperando, y por lo tanto esa noche la fiesta sería especial. Sin embargo, al terminar de leer, surgió un silencio que cortado por varios comentarios que podrían parecer como crueles. “Es una historia que no recordaré”, dijo uno. Aguanté ese primer golpe sin decir nada, pero luego aparecieron los chistes sobre la historia, y ahí ya solo me quedó el estoicismo y la resignación, porque efectivamente la historia era débil y estaba mal contada; no era un cuento. Mi primer deseo de ser escritor fue destruido como un corazón de dibujos animados y grafitis de baño, y a pesar de esto igual la noche después del taller fue especial, en parte porque tenía la tristeza del amor no correspondido, pero especialmente porque aprendí algo nuevo sobre lo que es un taller de escritura: sinceridad.
Dos años después, y ya con Ricardo Abdahallah en la dirección del taller Umpalá, volví a escribir. En esa misma época abandoné mis estudios en la UIS y me dediqué a la enseñanza en un colegio de Piedecuesta. Daba clases de ciencias sociales, filosofía y política, pero por culpa de la experiencia vivida en los talleres literarios, decidí crear mi propio taller de literatura en el colegio. Justamente aquí fue donde comprendí que la escritura se podía enseñar; esto último no lo digo porque yo ya fuera un escritor que entraba en la etapa de enseñar a escribir a otros, sino porque en ese proceso de repetición de la crítica aprendida, pude aprender de los resultados logrados por mis estudiantes. Un taller de poesía conformado por un profesor sin diploma y seis niñas no mayores de doce años, fue mi segunda escuela. Ese mismo año obtuve mi primer premio literario y algunos meses después empecé a llenar un cuaderno con varias ideas. Ahora que miro atrás y me descubro hoy con varios cuentos escritos, muchos de esos publicados en diferentes libros, descubro que fue gracias a estos dos talleres de escritura, que el placer de la literatura se convirtió en un destino del que no quiero escapar.
El taller se llamaba Umpalá. Su director en ese entonces era un temido profesor de literatura de la universidad, pero que ese día daba la impresión de ser otra persona por la camiseta de Hector Lavoe y blue jean viejo que llevaba puesto. El resto del grupo reunido esa tarde era por completo heterogéneo; hoy recuerdo a un abogado, un camarógrafo de Caracol Noticias, algunos compañeros de universidad, una comunicadora social venezolana recién graduada, dos ingenieros electricistas –uno con ojos de chino y el otro con un cabello enmarañado y una camiseta blanca de Pink Floyd- y yo, un muchacho recién ingresado a la carrera de literatura de la UIS. Lo primero que pensé fue que yo estaba equivocado, esto no podía ser un taller de literatura, pero a medida que ellos hablaban y compartían lecturas, mi idea cambio hasta llegar a una conclusión definitiva: la literatura es algo más de amigos que de académicos, y esa era la razón por la que el profesor, así como todos los demás que estaban allí, sonreían y se trataban como una pandilla de barrio antes que iluminados de las letras. Y fue esta la primera enseñanza que tuve sobre los talleres de escritura: son una cosa de amigos, de gente que se aprecia y se respeta porque se ha topado por esa necesidad secreta por escribir.
Antes del taller Umpalá escribía sin buscarlo; primero fueron cartas a una ex-novia, y luego algunos intentos de poesía, uno de ellos leído en el colegio frente a todos los grados de la jornada de la mañana. Estos intentos de escritura no me afirmaron como escritor porque no lo era. No pensaba en la escritura como un fin propio, sino que lo hacía para recuperar a una mujer que creí amar, así como para cumplir con una tarea de la clase de español. Fue hasta que empecé a visitar al taller literario que empecé a ver la escritura como un fin propio, y una vez entendido esto empecé a escribir de verdad.
El género que tomé como propio fue el cuento, quizá porque la mayoría del grupo de Umpalá escribía cuentos, o quizá también porque era lo que mejor se me daba. El caso es que fue difícil, primero porque lo que hacía no era más que una copia de escritores ya leídos como Edgar Allan Poe, y segundo porque la crítica recibida fue dura. Cuando escribí el primer relato del que me sintiera orgulloso, creía que al leerlo en el grupo sería aplaudido. Estaba seguro que celebrarían por haber encontrado al escritor que estaban esperando, y por lo tanto esa noche la fiesta sería especial. Sin embargo, al terminar de leer, surgió un silencio que cortado por varios comentarios que podrían parecer como crueles. “Es una historia que no recordaré”, dijo uno. Aguanté ese primer golpe sin decir nada, pero luego aparecieron los chistes sobre la historia, y ahí ya solo me quedó el estoicismo y la resignación, porque efectivamente la historia era débil y estaba mal contada; no era un cuento. Mi primer deseo de ser escritor fue destruido como un corazón de dibujos animados y grafitis de baño, y a pesar de esto igual la noche después del taller fue especial, en parte porque tenía la tristeza del amor no correspondido, pero especialmente porque aprendí algo nuevo sobre lo que es un taller de escritura: sinceridad.
Dos años después, y ya con Ricardo Abdahallah en la dirección del taller Umpalá, volví a escribir. En esa misma época abandoné mis estudios en la UIS y me dediqué a la enseñanza en un colegio de Piedecuesta. Daba clases de ciencias sociales, filosofía y política, pero por culpa de la experiencia vivida en los talleres literarios, decidí crear mi propio taller de literatura en el colegio. Justamente aquí fue donde comprendí que la escritura se podía enseñar; esto último no lo digo porque yo ya fuera un escritor que entraba en la etapa de enseñar a escribir a otros, sino porque en ese proceso de repetición de la crítica aprendida, pude aprender de los resultados logrados por mis estudiantes. Un taller de poesía conformado por un profesor sin diploma y seis niñas no mayores de doce años, fue mi segunda escuela. Ese mismo año obtuve mi primer premio literario y algunos meses después empecé a llenar un cuaderno con varias ideas. Ahora que miro atrás y me descubro hoy con varios cuentos escritos, muchos de esos publicados en diferentes libros, descubro que fue gracias a estos dos talleres de escritura, que el placer de la literatura se convirtió en un destino del que no quiero escapar.
La culpa es de mi madre y su biblioteca
El primer libro que leí fue mi madre. Así es, el primer libro que recuerdo es una persona. Esto se debe a que ella tenía una costumbre que luego me confesaría: la de leerme en voz alta. Esto lo hacía cuando yo era un bebé, es decir cuando yo era incapaz de comprender el lenguaje que salía de su boca. Me leía principalmente cuentos, o al menos eso es lo que me dice cuando se lo pregunto. Esto me hace comprender que siempre he visto a mi madre leyendo libros, no muchos, pero sí los suficientes como que una de las imágenes que asociaré siempre con la palabra “hogar” sea la de una biblioteca.
Recuerdo que la biblioteca era un mueble de madera pintado de negro en cuyo interior tuve la fortuna de encontrar libros como Los viajes de Gulliver, en una edición especial para niños; o El Triángulo de las Bermudas, que era un maravilloso compendio de historias de ovnis y cosas paranormales que de niño me encantaban; o La peste, de Albert Camus, el cual leí envuelto en un terror que hasta entonces no conocía; y por supuesto el infaltable Cien años de soledad, que creí perdido de manera inexplicable hasta que lo volvería a encontrar, varios años después de su desaparición, en una venta de libros sobre un andén de Bucaramanga. También estaban otros libros, muchos que no leí porque me aburrieron en sus primeras páginas o, peor aún, no lograron si quiera llamar mi atención. Sin embargo, y a pesar de no haberlos leído en su totalidad, hoy celebro su presencia en mi vida porque a pesar de mi rechazo estuvieron allí, con sus solapas mirándome y esperando por su oportunidad. Esos eran los libros de mi madre, esa era su biblioteca. Y esa biblioteca siempre estuvo a mi alcance, y tanto que con el pasar de los años, y por la ausencia de riquezas económicas, empecé a cambiar por otros libros que yo quería leer y no podía comprar. Así fue que su biblioteca desapareció para que en su lugar naciera una nueva, una que ha ido creciendo según mis propios caminos de lectura. Ella, mi primer libro, jamás se molestó por eso, todo lo contrario: sin descanso me animó para que buscara nuevas lecturas, así las suyas tuvieran que irse.
Con la remembranza de esos días surgen también dos actos de mi madre que hoy, tantos años después, hacen que sienta algo tan bello por dentro que quiera llorar de simple alegría: el primero es que cada tanto, cuando era posible, mi madre me daba dinero exclusivamente para comprar libros; no era mucho, pero en una época y un hogar donde el dinero fue ante todo una ausencia, esos pocos pesos fueron la fortuna que yo necesitaba para ir a la librería de Piedecuesta o a las de la calle 45, en Bucaramanga, con el único fin de buscar libros al mejor estilo de un pescador de perlas, así hasta encontrar la joya hecha de papel y tinta. Lo segundo que hizo, y por lo cual mi felicidad se hizo completa, sucedió una tarde en que me dijo que la acompañara a comprar algo. Fuimos al centro del pueblo y allí, buscando en una tienda de cachivaches, encontró y compró un estante que yo podría usar como biblioteca. Mis libros, los que surgieron en gran parte con la desaparición de su biblioteca y el dinero que cada tanto me dada, eran tantos que formaban un caos tal que el viejo mueble de madera se hizo insuficiente. Ella, el ver esto, ahorró de no sé dónde hasta reunir lo suficiente para darme uno de los mejores regalos de mi vida: una biblioteca lo suficientemente grande como para que todos mis libros descansaran allí.
Han pasado muchos años ya desde esa tarde en que mi madre me regaló mi primera biblioteca. Las mudanzas y las perdidas naturales de la vida han hecho que ese mueble terminara en algún sitio que hoy desconozco. Esto, aunque parezca lamentable en realidad no lo es, porque los libros que allí estuvieron siguen conmigo, protegidos bajo otro mueble y otro techo. Lo curioso de todo esto es que hoy es mi madre quien toma los libros y los lee como hacía yo cuando era niño y tomaba los suyos. Es por esto que cada vez que regreso a casa hablamos un rato de lo que ha leído, o de lo que hemos hechos en los días que estuvimos sin vernos, o del clima, o de lo sea. Es una charla de amigos y cómplices porque, después de todo, lo que hizo mi madre al leerme desde que era niño fue el entregarme, noche tras noche, el regalo más bello del mundo.
Pacífico colombiano: el corazón de nuestras tinieblas
“En la Costa Pacífica de Nariño el post conflicto está siendo más conflictivo, esta región votó por la paz y desea la paz, pero necesita una intervención urgente del Estado.”
Casa de la Memoria de Tumaco
Durante el año de 2016 recorrí sin parar el río Patía, el río Tapaje y el río Iscuande, todas vías fluviales de vital importancia para la vida de los habitantes del Pacífico nariñense. Por estas aguas cruzaron los primeros negros libres de esta región, todos huyendo de la violencia y explotación del hombre blanco, por esta razón es que los primeros mapas de estas aguas se dibujaron en los peinados que se hacían los hombres y mujeres en sus cabezas, para que sólo ellos, y no nosotros, pudieran encontrar su nuevo hogar. En esos primeros tiempos de libertad luchada, el aislamiento era el sueño. El estar lejos de la mal llamada civilización era la única garantía de una vida en paz, pero hoy la realidad es otra. Esta distancia tanto física como social y económica que han sufrido los habitantes del Pacífico colombiano, especialmente del Pacífico nariñense, ha sido el cultivo perfecto para la desigualdad social, el narcotráfico y la violencia.
Lo anterior no parece nada diferente a lo que sucede en el resto del Pacífico colombiano, razones por las cuales el departamento de Chocó y la ciudad de Buenaventura se encuentran en un paro cívico que lleva ya más de dos semanas. La diferencia aquí radica en que de nada sirve que estas comunidades decidan parar con el objetivo de llamar la atención del gobierno y los medios de comunicación por la sencilla razón de que esta parte del país es un punto tan remoto y olvidado que nadie, salvo ellos, sufrirían las consecuencias de una economía detenida. Como ejemplo de esto encontramos las recientes amenazas, vía Whatsapp, de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, quienes en un audio transmitido a la comunidad de Olaya Herrera aseguraban que violarían y asesinarían a toda niña de quince años que encontraran de noche en la calle. Dicho y hecho: entre la noche del nueve y el amanecer del diez de mayo, fue violada y asesinada una niña de quince años. En los noticieros nada de esto se vio, ni siquiera un minuto que mencionara la crítica situación de esta zona una vez la guerrilla de las Farc se fue rumbo a las zonas veredales de transición. El único medio que ha publicado algo al respecto, ha sido El Espectador con un artículo de Alfredo Molano fechado el veinte de mayo, donde denuncia este caso. Una noticia que debería haber causado repudio a nivel nacional fue ignorada porque, admitámoslo, Colombia es un país que ignora la realidad más allá de Bogotá y sus ciudades principales.
Y el silencio viene de mucho tiempo atrás. En la década de los noventa los cultivadores de coca, y la guerrilla de las Farc, llegaron para apropiarse de las extensas hectáreas de tierra virgen que tiene el Pacífico nariñense, porque hasta donde alcance la vista reina el verde de la selva. Allí, en ese paisaje como tomado de El corazón de las tinieblas, aprendieron a coexistir los indígenas, los raizales, los campesinos, los cocaleros y la guerrilla; una extraña convivencia en la que el Estado era una palabra que se prestaba a la imaginación. Y fue así hasta que finalmente arribó ese Estado, pero para iniciar una guerra que iluminaba la noche con bombardeos. Estos bombardeos, principal inversión del gobierno colombiano en estas zonas, se ha detenido en dos únicas ocasiones: la última vez sucedió en el 2016, cuando los diálogos de paz de la Habana lograron el cese bilateral al fuego; la primera vez, en cambio, sucedió entre los gobiernos de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe Vélez, cuando los paramilitares ingresaron en la zona para causar terror por medio de intimidaciones tales como la mutilación, la violación y las masacres indiscriminadas. En esa época el ejército desapareció y por eso mismo las fuerzas del paramilitarismo pudieron hacer lo que quisieron a su antojo. En algunos lugares hubo una resistencia ejemplar, como fue el caso del municipio de El Charco, donde la misma comunidad decidió enfrentarlos, logrando así que se replegaran a otras zonas; en otros lugares, como los puntos estratégicos de los ríos, fue la guerrilla la que diseminó sus fuerzas a sangre y fuego. Fueron cientos los muertos que se contaron en las aguas de los ríos y sepultados en lo profundo de la selva, más allá de los manglares, antes de que los paramilitares abandonaran la región. Cientos de muertos que nunca fueron mencionados por los medios de comunicación, tal como sucede ahora.
Y hoy día parece querer repetirse la historia. Lentamente, pero a ritmo seguro, regresa el miedo a la población, como es el caso del municipio de Mosquera, donde han sido asesinadas varias personas y otras tantas, para evitar ser sorprendidas en la noche, duermen en diferentes casas a la propia; o el caso del municipio de El Charco, donde bandas criminales han surgido a plena luz del día para robar a los comerciantes; o lo sucedido el 28 de abril en Olaya Herrera cuando unos disparos dispersaron al Consejo Noruego para Refugiados, la FUPAD y la Unidad para las Víctimas, quienes realizaban una reunión con la comunidad; o el caso de varios campesinos del municipio de Iscuandé, quienes se han visto obligados a desplazarse a la cabecera del municipio ante el temor de lo que se aproxima. Todo esto ya se sabía porque en múltiples ocasiones la comunidad de la región lo denunció. Tal es el caso de un video publicado en el canal de Youtube de CNC Noticias Pasto el cuatro de agosto de 2016, en el que se muestra a un campesino en una reunión organizada por las Farc en la zona rural de Tumaco, esto como parte de los encuentros pedagógicos para la paz, expresando el temor de esta comunidad por la ausencia de esta guerrilla de sus territorios: “Si llega el Gobierno, y se amnistía con ustedes, ¿cuál va ser la protección de nosotros los campesinos cuando ustedes se nos… se nos abran de la protección que tenemos ahorita en este momento? Porque nosotros nos sentimos respaldados como campesinos por ustedes. Y cuando ustedes hagan la amnistía, ¿nosotros qué vamos a hacer? Porque ustedes nos hablan del campo (y de) muchas cosas bonitas, pero ¿qué vamos a hacer con la protección de nosotros? Nosotros vamos a quedar desamparados. Nosotros vamos a quedar en el limbo, sin saber a dónde coger. ¿Por qué? Porque van a venir otros grupos y nos van sacar de aquí a plomo. Por eso yo quiero saber, como campesino que soy ¿Cuál es la protección de nosotros?”, le dice con valentía este campesinos al máximo comandante de la columna Ariel Aldana de las Farc, alias Leonel Páez. Esto mismo me decía cada persona cuando le preguntaba por el futuro tras el acuerdo de paz. Y esto mismo se le ha informado a cada representante del Gobierno que ha estado en la región por motivo del proceso de paz.
¿Cuál es la protección de estas buenas personas, señor presidente de Colombia, Juan Manuel Santos? Esto es lo que le pregunto a usted, porque muchas cosas le ha prometido al país y al Pacífico, pero parece que ninguna ha sido cumplida. ¿Seguridad? el ejército que combatió con tanta ferocidad a la guerrilla hoy parece haber desaparecido, o en el mejor de los casos haberse vuelto miope, ante los panfletos y amenazas de los nuevos grupos violentos que han arribado a la región. ¿Desarrollo económico? Difícil decir esto cuando las subestaciones de energía eléctrica continúan sin funcionamiento, permitiendo así los continuos cortes de energía en cada uno de los municipios. ¿Inversión y reemplazo de cultivos ilícitos? Estoy seguro de que la comunidad no sembraría coca si existiera una seguridad para sus cultivos tradicionales, pero ¿cómo hacer esto si no se ha realizado la inversión necesaria en las vías y tampoco se han pactado alianzas económicas que aseguren la compra de estos productos? Y para colmo el Gobierno erradicando coca sin haber antes solucionado estas incógnitas. Un Gobierno mentiroso que quiere noticias positivas. Lo siento, señor presidente, pero hoy Colombia no tiene una noticia positiva más allá del deporte o la farándula de los noticieros de televisión. Y el único responsable de esto es usted mismo, un presidente Nobel de Paz que no hace lo realmente necesario para que esa paz sea cierta en este país. Gracias a sus continuos errores (sólo espero que realmente sean errores y no una nueva estrategia calculada de genocidio) Colombia continuará en la guerra, porque el problema primario no ha sido las Farc, sino el abandono y la corrupción en la que cada uno de los gobiernos ha mantenido a estar tierras de los nadies, los olvidados, los siempre invisibles.
Casa de la Memoria de Tumaco
Durante el año de 2016 recorrí sin parar el río Patía, el río Tapaje y el río Iscuande, todas vías fluviales de vital importancia para la vida de los habitantes del Pacífico nariñense. Por estas aguas cruzaron los primeros negros libres de esta región, todos huyendo de la violencia y explotación del hombre blanco, por esta razón es que los primeros mapas de estas aguas se dibujaron en los peinados que se hacían los hombres y mujeres en sus cabezas, para que sólo ellos, y no nosotros, pudieran encontrar su nuevo hogar. En esos primeros tiempos de libertad luchada, el aislamiento era el sueño. El estar lejos de la mal llamada civilización era la única garantía de una vida en paz, pero hoy la realidad es otra. Esta distancia tanto física como social y económica que han sufrido los habitantes del Pacífico colombiano, especialmente del Pacífico nariñense, ha sido el cultivo perfecto para la desigualdad social, el narcotráfico y la violencia.
Lo anterior no parece nada diferente a lo que sucede en el resto del Pacífico colombiano, razones por las cuales el departamento de Chocó y la ciudad de Buenaventura se encuentran en un paro cívico que lleva ya más de dos semanas. La diferencia aquí radica en que de nada sirve que estas comunidades decidan parar con el objetivo de llamar la atención del gobierno y los medios de comunicación por la sencilla razón de que esta parte del país es un punto tan remoto y olvidado que nadie, salvo ellos, sufrirían las consecuencias de una economía detenida. Como ejemplo de esto encontramos las recientes amenazas, vía Whatsapp, de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, quienes en un audio transmitido a la comunidad de Olaya Herrera aseguraban que violarían y asesinarían a toda niña de quince años que encontraran de noche en la calle. Dicho y hecho: entre la noche del nueve y el amanecer del diez de mayo, fue violada y asesinada una niña de quince años. En los noticieros nada de esto se vio, ni siquiera un minuto que mencionara la crítica situación de esta zona una vez la guerrilla de las Farc se fue rumbo a las zonas veredales de transición. El único medio que ha publicado algo al respecto, ha sido El Espectador con un artículo de Alfredo Molano fechado el veinte de mayo, donde denuncia este caso. Una noticia que debería haber causado repudio a nivel nacional fue ignorada porque, admitámoslo, Colombia es un país que ignora la realidad más allá de Bogotá y sus ciudades principales.
Y el silencio viene de mucho tiempo atrás. En la década de los noventa los cultivadores de coca, y la guerrilla de las Farc, llegaron para apropiarse de las extensas hectáreas de tierra virgen que tiene el Pacífico nariñense, porque hasta donde alcance la vista reina el verde de la selva. Allí, en ese paisaje como tomado de El corazón de las tinieblas, aprendieron a coexistir los indígenas, los raizales, los campesinos, los cocaleros y la guerrilla; una extraña convivencia en la que el Estado era una palabra que se prestaba a la imaginación. Y fue así hasta que finalmente arribó ese Estado, pero para iniciar una guerra que iluminaba la noche con bombardeos. Estos bombardeos, principal inversión del gobierno colombiano en estas zonas, se ha detenido en dos únicas ocasiones: la última vez sucedió en el 2016, cuando los diálogos de paz de la Habana lograron el cese bilateral al fuego; la primera vez, en cambio, sucedió entre los gobiernos de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe Vélez, cuando los paramilitares ingresaron en la zona para causar terror por medio de intimidaciones tales como la mutilación, la violación y las masacres indiscriminadas. En esa época el ejército desapareció y por eso mismo las fuerzas del paramilitarismo pudieron hacer lo que quisieron a su antojo. En algunos lugares hubo una resistencia ejemplar, como fue el caso del municipio de El Charco, donde la misma comunidad decidió enfrentarlos, logrando así que se replegaran a otras zonas; en otros lugares, como los puntos estratégicos de los ríos, fue la guerrilla la que diseminó sus fuerzas a sangre y fuego. Fueron cientos los muertos que se contaron en las aguas de los ríos y sepultados en lo profundo de la selva, más allá de los manglares, antes de que los paramilitares abandonaran la región. Cientos de muertos que nunca fueron mencionados por los medios de comunicación, tal como sucede ahora.
Y hoy día parece querer repetirse la historia. Lentamente, pero a ritmo seguro, regresa el miedo a la población, como es el caso del municipio de Mosquera, donde han sido asesinadas varias personas y otras tantas, para evitar ser sorprendidas en la noche, duermen en diferentes casas a la propia; o el caso del municipio de El Charco, donde bandas criminales han surgido a plena luz del día para robar a los comerciantes; o lo sucedido el 28 de abril en Olaya Herrera cuando unos disparos dispersaron al Consejo Noruego para Refugiados, la FUPAD y la Unidad para las Víctimas, quienes realizaban una reunión con la comunidad; o el caso de varios campesinos del municipio de Iscuandé, quienes se han visto obligados a desplazarse a la cabecera del municipio ante el temor de lo que se aproxima. Todo esto ya se sabía porque en múltiples ocasiones la comunidad de la región lo denunció. Tal es el caso de un video publicado en el canal de Youtube de CNC Noticias Pasto el cuatro de agosto de 2016, en el que se muestra a un campesino en una reunión organizada por las Farc en la zona rural de Tumaco, esto como parte de los encuentros pedagógicos para la paz, expresando el temor de esta comunidad por la ausencia de esta guerrilla de sus territorios: “Si llega el Gobierno, y se amnistía con ustedes, ¿cuál va ser la protección de nosotros los campesinos cuando ustedes se nos… se nos abran de la protección que tenemos ahorita en este momento? Porque nosotros nos sentimos respaldados como campesinos por ustedes. Y cuando ustedes hagan la amnistía, ¿nosotros qué vamos a hacer? Porque ustedes nos hablan del campo (y de) muchas cosas bonitas, pero ¿qué vamos a hacer con la protección de nosotros? Nosotros vamos a quedar desamparados. Nosotros vamos a quedar en el limbo, sin saber a dónde coger. ¿Por qué? Porque van a venir otros grupos y nos van sacar de aquí a plomo. Por eso yo quiero saber, como campesino que soy ¿Cuál es la protección de nosotros?”, le dice con valentía este campesinos al máximo comandante de la columna Ariel Aldana de las Farc, alias Leonel Páez. Esto mismo me decía cada persona cuando le preguntaba por el futuro tras el acuerdo de paz. Y esto mismo se le ha informado a cada representante del Gobierno que ha estado en la región por motivo del proceso de paz.
¿Cuál es la protección de estas buenas personas, señor presidente de Colombia, Juan Manuel Santos? Esto es lo que le pregunto a usted, porque muchas cosas le ha prometido al país y al Pacífico, pero parece que ninguna ha sido cumplida. ¿Seguridad? el ejército que combatió con tanta ferocidad a la guerrilla hoy parece haber desaparecido, o en el mejor de los casos haberse vuelto miope, ante los panfletos y amenazas de los nuevos grupos violentos que han arribado a la región. ¿Desarrollo económico? Difícil decir esto cuando las subestaciones de energía eléctrica continúan sin funcionamiento, permitiendo así los continuos cortes de energía en cada uno de los municipios. ¿Inversión y reemplazo de cultivos ilícitos? Estoy seguro de que la comunidad no sembraría coca si existiera una seguridad para sus cultivos tradicionales, pero ¿cómo hacer esto si no se ha realizado la inversión necesaria en las vías y tampoco se han pactado alianzas económicas que aseguren la compra de estos productos? Y para colmo el Gobierno erradicando coca sin haber antes solucionado estas incógnitas. Un Gobierno mentiroso que quiere noticias positivas. Lo siento, señor presidente, pero hoy Colombia no tiene una noticia positiva más allá del deporte o la farándula de los noticieros de televisión. Y el único responsable de esto es usted mismo, un presidente Nobel de Paz que no hace lo realmente necesario para que esa paz sea cierta en este país. Gracias a sus continuos errores (sólo espero que realmente sean errores y no una nueva estrategia calculada de genocidio) Colombia continuará en la guerra, porque el problema primario no ha sido las Farc, sino el abandono y la corrupción en la que cada uno de los gobiernos ha mantenido a estar tierras de los nadies, los olvidados, los siempre invisibles.
Instantáneas de Chicha y Tejo
1
Desde hace diez años Puente Nacional celebra, cada ocho de Mayo, “la primera victoria comunera”. Lo hacen con pelucas blancas, abanicos y sombreros casi mejicanos, como si el disfraz les permitiera ver a José Antonio Galán caminar por ahí. Un pueblo con un Halloween en Mayo, jugando a ser españoles colonos armados con espadas de hule. Eso, en el primer instante, me hizo pensar en volver a casa, pero yo estaba ahí por otra cosa que por fortuna no tenía nada que ver con victorias, ni comuneros, ni mucho menos España.
2
A tres cuadras del parque principal de Puente Nacional, se celebró La primera exposición Fotográfica y Cata de Chicha Guarapería “Tres Soplos”, y fue por eso que estaba yo allí. El lugar: una guarapería y cancha de tejo. El dueño del lugar es don Luis Fajardo, hombre de campo, azadón, bigote y algunos dientes, que quiso apoyar a cuatro amigos con sus planes de fotos y “pueblo de a de veras”. Esa tarde, y a ritmo de cerveza y mechas de tejo estallando, don Luis me contó porqué apoyó el único evento cultural del pueblo en muchos años.
-Pues porque a mí me gustan las cosas progresivas. Esto es una puerta que se abre, porque no se había visto aquí antes nada parecido. Mirarlo por primera vez me encanta. Además, esto es lo nuestro, la chicha, la alpargata, el tejo. Ojalá de aquí a un año vuelvan y esto se siga creciendo porque esto son fotos de aquí. Me siento feliz de verlos, de ver esto tan bonito, de ver que tanta gente nos haigan venido a visitar. Y aquí para servirles.
3
Los amigos son Nelson Silva (El Mono), Guillermo Quiroga (Nacho), Nelson Piñarte (El Tocayo) y Luis Carlos Gaona (El Profe). La idea surgió en el cementerio, cuenta El Mono. Estábamos tomando fotos y de regreso pasamos por Tres Soplos y dijimos que aguantaba una exposición fotográfica en una guarapería. Fue una cosa espontánea; el cerebro y la lengua se desconectaron: Primero salieron las palabras y ahora aquí estamos, haciendo la exposición en Tres Soplos y tomando guarapo, que es la mejor parte, dice Nacho.
4
La fecha de la exposición fue algo estratégico, aprovechar el jolgorio comunero del pueblo para empujar de a poco a la gente a ver las fotos. Se invitó a los concejales y al alcalde, y mire, ninguno vino, dice el mono riéndose. Lo bueno es que los invitados fueron los únicos que no aparecieron por la guarapería.
La noche anterior fue de aguardientes y dudas. Se preguntaban si iría la gente a ver lo que ve siempre, o si los espectadores serían sólo ellos. A la mañana, y con un leve guayabo, el miedo desapareció tan pronto pegaron las fotos y sirvieron los primeros vasos de chicha. La gente dentro de su rutina deja de ver lo bonito que tiene el pueblo. Todos los días están ahí, y es tan común. Entonces mostrárselo en imágenes es como decirles que lo que hacen es hermoso, e importante. Afirma Nacho, y tiene razón porque la gente no paró de llegar.
5
Eran personas de sombreros y vestidos largos que no dejaban de aparecer por la chicha y las fotos. La voz se regó por el pueblo y el evento aislado pasó a ser lo más llamativo de la feria. “Esto nunca se había hecho aquí” alcancé oírle decir a alguien. Las fotos son sólo del pueblo y en su mayoría son sus habitantes: ancianas sonriendo, y Chayenne, el loco del pueblo, y los hombres con sus bigotes y tierra entre las uñas, y una vaca y campesinos en el mercado, todos como protagonistas del cuadro. El que llegaba agarraba su vaso de chicha o su botella de cerveza, en lugar del típico vino francés comprado en el ÉXITO, y empezaba a pasear por entre las fotos, deteniéndose en cada una, muchas veces reconociendo a sus vecinos y amigos.
6
Entre las fotos estaba Anselma, a quien la noche anterior yo mismo había comprado una mazorca asada en el parque. En la foto ella es casi todo blanco por culpa del uniforme que usa, y sujeta con fuerza el carrito de ventas de comida y tinto del que vive. Cuando se vio en ese cuadro pequeño, se llenó de una alegría inocente de la que nos envenenó a todos.
7
Nosotros no esperábamos que hubiese una respuesta tan bonita de la gente, confiesa El Tocayo. Yo creo que es porque nos vemos retratados, nos vemos expuestos ahí en las fotografías. Son las imágenes de la región, las imágenes de los conocidos, de las personas que habitan, muchas de ellas de las veredas porque casi todos los retratos son de gente de las veredas, lo rural, que es precisamente lo más bonito que tiene Puente Nacional. Además, el sitio, de afortunada escogencia. Un lugar nada convencional que llama la atención, porque no es lo mismo que hacerlo en el parque, o en la casa de la cultura. Hay que ir a estos lugares que no son los acostumbrados para un evento cultural, pero que al fin y al cabo son eso, pequeñas opciones culturales que no sé para qué sirven, pero se gozan.
8
¿Y la chicha? Les pregunto. Yo creo que en Colombia se bebe chicha, y bastante, me dice El Tocayo, que es el que más habla de los cuatro amigos. Este es el otro acierto en la asistencia que ha tenido la exposición, porque están de un lado las fotos y del otro la cata de chicha, que es una bebida tradicional que ha superado los estigmas impuestos por la industria establecida de los licores, y ha sobrevivido y la formula continúa ahí. Por ejemplo don Luis, que me cuenta que la clave de esta chicha es que siempre tiene guarapo hecho, y la masa de maíz la está cocinando continuamente y combinando con el guarapo. Mire, en un mundo globalizado como el que vivimos yo creo que afianzar estas cosas que dan identidad a los pueblos, a las sociedades, es clave para no terminar como género, diciendo lo mismo, vistiendo lo mismo, comiendo lo mismo, tomando lo mismo, y pensando igual. Esto que es propio hay que mantenerlo porque me parece el mejor regalo de herencia que tenemos. Entonces, si no es por aquí no sé realmente por dónde. Y mire, la gente ha empezado a gustar de estas manifestaciones.
Es que esto es lo que identifica al colombiano, al santandereano, interviene Margy, la hermana de Nacho y cómplice importante de la exposición. Porque la chicha y el tejo forman parte de nuestras raíces, y esto es un intento para que no se pierdan estas costumbres y volvamos a ellas.
9
Al final, la foto de equipo de fútbol junto al afiche del Primer Festival Fotográfico y Cata de Chicha guarapería “Tres Soplos” (el afiche tiene un gato de Foto Japón que dice Foto Nachón). Don Luis, visiblemente borracho y feliz, escogió diez fotos que guardó en su casa. Los que quedaron, bajaron los recuerdos en papel fotográfico que quedaban, y se los llevaron.
Aquí imágenes de la Exposición y la gente de Puente Nacional:
http://www.youtube.com/watch?v=Hpw0an75bOc
Desde hace diez años Puente Nacional celebra, cada ocho de Mayo, “la primera victoria comunera”. Lo hacen con pelucas blancas, abanicos y sombreros casi mejicanos, como si el disfraz les permitiera ver a José Antonio Galán caminar por ahí. Un pueblo con un Halloween en Mayo, jugando a ser españoles colonos armados con espadas de hule. Eso, en el primer instante, me hizo pensar en volver a casa, pero yo estaba ahí por otra cosa que por fortuna no tenía nada que ver con victorias, ni comuneros, ni mucho menos España.
2
A tres cuadras del parque principal de Puente Nacional, se celebró La primera exposición Fotográfica y Cata de Chicha Guarapería “Tres Soplos”, y fue por eso que estaba yo allí. El lugar: una guarapería y cancha de tejo. El dueño del lugar es don Luis Fajardo, hombre de campo, azadón, bigote y algunos dientes, que quiso apoyar a cuatro amigos con sus planes de fotos y “pueblo de a de veras”. Esa tarde, y a ritmo de cerveza y mechas de tejo estallando, don Luis me contó porqué apoyó el único evento cultural del pueblo en muchos años.
-Pues porque a mí me gustan las cosas progresivas. Esto es una puerta que se abre, porque no se había visto aquí antes nada parecido. Mirarlo por primera vez me encanta. Además, esto es lo nuestro, la chicha, la alpargata, el tejo. Ojalá de aquí a un año vuelvan y esto se siga creciendo porque esto son fotos de aquí. Me siento feliz de verlos, de ver esto tan bonito, de ver que tanta gente nos haigan venido a visitar. Y aquí para servirles.
3
Los amigos son Nelson Silva (El Mono), Guillermo Quiroga (Nacho), Nelson Piñarte (El Tocayo) y Luis Carlos Gaona (El Profe). La idea surgió en el cementerio, cuenta El Mono. Estábamos tomando fotos y de regreso pasamos por Tres Soplos y dijimos que aguantaba una exposición fotográfica en una guarapería. Fue una cosa espontánea; el cerebro y la lengua se desconectaron: Primero salieron las palabras y ahora aquí estamos, haciendo la exposición en Tres Soplos y tomando guarapo, que es la mejor parte, dice Nacho.
4
La fecha de la exposición fue algo estratégico, aprovechar el jolgorio comunero del pueblo para empujar de a poco a la gente a ver las fotos. Se invitó a los concejales y al alcalde, y mire, ninguno vino, dice el mono riéndose. Lo bueno es que los invitados fueron los únicos que no aparecieron por la guarapería.
La noche anterior fue de aguardientes y dudas. Se preguntaban si iría la gente a ver lo que ve siempre, o si los espectadores serían sólo ellos. A la mañana, y con un leve guayabo, el miedo desapareció tan pronto pegaron las fotos y sirvieron los primeros vasos de chicha. La gente dentro de su rutina deja de ver lo bonito que tiene el pueblo. Todos los días están ahí, y es tan común. Entonces mostrárselo en imágenes es como decirles que lo que hacen es hermoso, e importante. Afirma Nacho, y tiene razón porque la gente no paró de llegar.
5
Eran personas de sombreros y vestidos largos que no dejaban de aparecer por la chicha y las fotos. La voz se regó por el pueblo y el evento aislado pasó a ser lo más llamativo de la feria. “Esto nunca se había hecho aquí” alcancé oírle decir a alguien. Las fotos son sólo del pueblo y en su mayoría son sus habitantes: ancianas sonriendo, y Chayenne, el loco del pueblo, y los hombres con sus bigotes y tierra entre las uñas, y una vaca y campesinos en el mercado, todos como protagonistas del cuadro. El que llegaba agarraba su vaso de chicha o su botella de cerveza, en lugar del típico vino francés comprado en el ÉXITO, y empezaba a pasear por entre las fotos, deteniéndose en cada una, muchas veces reconociendo a sus vecinos y amigos.
6
Entre las fotos estaba Anselma, a quien la noche anterior yo mismo había comprado una mazorca asada en el parque. En la foto ella es casi todo blanco por culpa del uniforme que usa, y sujeta con fuerza el carrito de ventas de comida y tinto del que vive. Cuando se vio en ese cuadro pequeño, se llenó de una alegría inocente de la que nos envenenó a todos.
7
Nosotros no esperábamos que hubiese una respuesta tan bonita de la gente, confiesa El Tocayo. Yo creo que es porque nos vemos retratados, nos vemos expuestos ahí en las fotografías. Son las imágenes de la región, las imágenes de los conocidos, de las personas que habitan, muchas de ellas de las veredas porque casi todos los retratos son de gente de las veredas, lo rural, que es precisamente lo más bonito que tiene Puente Nacional. Además, el sitio, de afortunada escogencia. Un lugar nada convencional que llama la atención, porque no es lo mismo que hacerlo en el parque, o en la casa de la cultura. Hay que ir a estos lugares que no son los acostumbrados para un evento cultural, pero que al fin y al cabo son eso, pequeñas opciones culturales que no sé para qué sirven, pero se gozan.
8
¿Y la chicha? Les pregunto. Yo creo que en Colombia se bebe chicha, y bastante, me dice El Tocayo, que es el que más habla de los cuatro amigos. Este es el otro acierto en la asistencia que ha tenido la exposición, porque están de un lado las fotos y del otro la cata de chicha, que es una bebida tradicional que ha superado los estigmas impuestos por la industria establecida de los licores, y ha sobrevivido y la formula continúa ahí. Por ejemplo don Luis, que me cuenta que la clave de esta chicha es que siempre tiene guarapo hecho, y la masa de maíz la está cocinando continuamente y combinando con el guarapo. Mire, en un mundo globalizado como el que vivimos yo creo que afianzar estas cosas que dan identidad a los pueblos, a las sociedades, es clave para no terminar como género, diciendo lo mismo, vistiendo lo mismo, comiendo lo mismo, tomando lo mismo, y pensando igual. Esto que es propio hay que mantenerlo porque me parece el mejor regalo de herencia que tenemos. Entonces, si no es por aquí no sé realmente por dónde. Y mire, la gente ha empezado a gustar de estas manifestaciones.
Es que esto es lo que identifica al colombiano, al santandereano, interviene Margy, la hermana de Nacho y cómplice importante de la exposición. Porque la chicha y el tejo forman parte de nuestras raíces, y esto es un intento para que no se pierdan estas costumbres y volvamos a ellas.
9
Al final, la foto de equipo de fútbol junto al afiche del Primer Festival Fotográfico y Cata de Chicha guarapería “Tres Soplos” (el afiche tiene un gato de Foto Japón que dice Foto Nachón). Don Luis, visiblemente borracho y feliz, escogió diez fotos que guardó en su casa. Los que quedaron, bajaron los recuerdos en papel fotográfico que quedaban, y se los llevaron.
Aquí imágenes de la Exposición y la gente de Puente Nacional:
http://www.youtube.com/watch?v=Hpw0an75bOc
En el semáforo comienza la carretera
(Una entrevista con Rubén Mendoza)
Cientos de ambulancias atascadas en una vía de Bogotá son en realidad las manos sucias de un viaje de bazuco, un enano es alargado por su propia sombra, y un extraño tipo vende en la calle discos para oír el silencio; son sólo imágenes sueltas del “Delirio” de Raúl Tréllez, poeta del cable, dios del mugre, quien se obstina en detener el semáforo en rojo el tiempo suficiente para que él, y su gente, puedan reunir un poco más de tiempo, dinero y vida.
Rubén Mendoza, de 30 años y graduado de La Universidad Nacional, acaba de terminar su primer largometraje llamado La Sociedad Del Semáforo, pero la verdad este tipo que no se quita el sombrero ha estado “enfierrado” con una cámara desde niño. Dice que ha aprendido con Luis Ospina, tras charlas, risas, tragos y humo, claves que ahora siente comprender. La Sociedad Del Semáforo (LSD-S) es una película que ha ganado los premios a los que se ha presentado sin ser filmada aún, y la expectativa era alta, tanto que viajé desde Bucaramanga a Bogotá (más que kilómetros son horas y vueltas de camino) para poder ver la película antes que Cine Colombia y luego hablar con Rubén.
Para concretar la entrevista hablé con él un viernes y me dijo De una, nos vemos el lunes y de paso ve la película en el estreno para prensa. Soy el de sombrero, y como si ya hubieran pasado los días supuse que debía encontrar a alguien con sombrero de detective tan pronto colgara el teléfono. Llegué justo a tiempo el lunes, y me senté en una esquina medio incomoda donde espere y vi la película. Al principio no podía entender muy bien las cosas, pero poco a poco fui comprendiendo “el delirio” en pantalla grande y en un momento específico sentí la seguridad de estar viendo algo que me iba a joder el día (esa extraña sensación de estar viendo algo sorprendente y fuerte y bello), la certeza de una película que no se había visto antes en la zigzagueante historia del cine colombiano. Tan pronto se terminó me quedé esperando los aplausos, pero recordé que lo que había allí eran periodistas. Por fortuna no estaba solo; tres amigos me acompañaron y la igual que yo, nos quedamos sentados hasta que pasó el último crédito. Los personajes de LSD-S son un espejo sucio y al mismo tiempo, aunque sea difícil de entender para muchos, un reflejo de poesía que sólo puede dar la realidad; Raúl Tréllez, el poeta del cable, es el responsable de la vida en rojo, y entre viajes de bazuco y amor sobrevive y vuelve a empezar por un camino de carro, carramaneo y vida.
Tuve que esperar el turno de Caracol TV, Semana (creo), otra revista con cámara de video que ni la sospecha del nombre, y una mujer de cabello largo y gabán de vampiro. Después salimos del centro comercial en un auto que con condujo Daniel García, su productor, y así, a la carrera (y entre las calles 85 y 65) salió esta entrevista que fue más una charla entre un escritor que juega a periodista y un director de cine que definitivamente no se quita el sombrero.
- El día del estreno de La Sociedad Del Semáforo para la prensa, usted les respondió que su labor es a de “tejer mugre con magia”, ¿Cómo diferencia la mugre y magia para poder crear?
- La verdad, yo no sabría decirle dónde está una cosa y dónde la otra, porque usted dirá mugre el cambuche, yo pienso que ahí hay magia, o usted ve la policía y de pronto ve orden, pero yo veo mugre… o también magia en algunos, ¿por qué no? Hay que confundirlo; si realmente uno se come el cuento no se entiende muy bien dónde termina una cosa y empieza la otra, porque muchas veces en la mugre hay sinceridad, y la sinceridad es magia, por ejemplo.
- Entonces, ¿los personajes de La Sociedad Del Semáforo resultan siendo esa mezcla de belleza y suciedad?
- Claro, Raúl Tréllez, el protagonista, es el Poeta de los cables, o mire El corredor de la noche, es el verdadero dios del mugre, una estrella al revés, una persona que nadie busca y que nadie espera, y que todo el mundo desprecia, y nosotros lo estábamos buscando y lloramos de alegría cuando lo encontramos.
- Sus personajes son en general gente de la periferia, del campo, los extremos de la ciudad y del país, y ahora en La Sociedad Del Semáforo estos personajes se encuentran en la ciudad y continúan sobreviviendo, y a pesar de lo hostil de ese mundo conservan la facultad de querer.
- Sí, no más mire al cucho Cienfuegos, describe el campo que uno no ve, lo que él cuenta está lleno de cultivos y colores, y la verdad es que uno ve un campo bello pero duro, infértil, como es. Vea, es que esta gente, que suele ser ignorada y maltratada, suele ver cosas bellas y también hacer el amor.
- Otro directores han usado sus cámaras para hacer cine de la calle, y precisamente en la película, antes de cualquier imagen, se oye a Carlos Mayolo en un audio de Agarrando pueblo, ¿cuál es el sentido de esto?
- Es una advertencia; a través de Mayolo le digo de una al espectador que esto no es una película de vampiros chupasangres, sino una película de verdad, hecha con ganas y amor que dieron como resultado una ficción de delirio.
- Eso que usted llama “El Delirio” es la ficción que surge del bazuco, pero para lograrlo debe partir de la realidad de la calle. En todo esto, ¿Cuál es la verdad del ojo tras la cámara?
- La verdad es parte de todo. Aceptar que no somos trabajadores sociales, ni multimillonarios, porque si no pues nos la arreglaríamos para alargar el paraíso artificial el tiempo que fuera.
- ¿Qué es “el paraíso artificial”?
- Grabar, ser uno mismo cine mientras se hace cine, y eso incluye a la gente, el parche con el que se trabaja y se comparte la vida.
- Y en ése paraíso artificial ¿cómo es Rubén Mendoza en su rol de director de cine?
- La verdad eso de “director de cine” casi no me gusta, eso suena muchas veces a bedette intelectual. Prefiero sentirme más como un rockero, o un poeta o un carpintero. A mí me parece un oficio más, y para la mí las jerarquías pues para lo mínimo, y si se pregunta entonces que cómo he sobrevivo a todo esto, pues con mi fierrito, la cámara.
- ¿La cámara es un arma?
- Sí, la cámara es un fierro, a mí me hace sentir seguro, hasta me ha hecho cómplice de la gente que uno menos piensa. Eso sí, yo llego con las manos arriba pero también con la camarita, porque en serio, eso es un fierro, y como lo vean y lo huelan a uno… porque si uno está de vampiro eso se lo pilla el que sea. Por eso también digo que la cámara, aparte de revolver, es una guitarra.
- ¿Cómo fue el trabajo en equipo de La Sociedad Del Semáforo?
- Mire, mí película fue hecha en una corriente de amor pura y poderosa. Éramos un buen parche que siempre se movía en grupo… como le dije, fue una vaina hecha con mucho amor, pero que terminó en un despelote personal. Ese paraíso artificial terminó en la oscuridad más grande, y es que eso también es vida.
- Esos paraísos artificiales desaparecen cuando se deja de hacer cine, de grabar, pero algo debe quedar en la vida de Rubén Mendoza después del paraíso.
- Sí, mucha de la gente que afecta mi vida la he encontrado en esto: amigos, amores, todo el parche de La Sociedad del Semáforo; cuando los oigo hablar de lo que ha sido para ellos esto, pues se me pone la piel de gallina por el cariño tan bonito que existe. Incluso he metido gente de la que quiero realmente en la película, así no actuaran bien, sentía que debían estar allí porque son una parte de mí también. Está Velandia, que se ha convertido en un parcero y es quien ha escrito la mayoría de la música de la película. También está Daniel, quien ha producido todos los cortos y ahora el largometraje; desde su rol que es muy protagónico en la vida real, hasta su bajo perfil mediático, hemos entendido para dónde vamos. También he encontrado gente maravillosa con la que me he amado y a la que también he jodido y me ha jodido. Ahí, en el cine, he tenido la vida.
- Ahora que habla de Edson Velandia, ustedes llevan un periodo ya largo de trabajo y amistad, y en un artículo que escribió él para la Revista Vista Al Sur, de Bucaramanga, dice que Calavero (la canción principal de la película) es una canción en la que se oye es a Rubén y no a él. ¿Eso qué significa realmente?
- Realmente Calevero es una crónica de una cagada que yo hice, una cagada de amor, y el protagonista soy yo, por eso Velandia dice que al oír esa canción a quien se oye es a Rubén y no a él. De hecho, dice que no le gusta. Pero toda la música de la película es clave, y Velandia se encargó de eso, además, en el último crédito dice “Esto es una película Rasqa.”
- La música de LSD-S tiene una alta dosis de poesía, por ejemplo Calavero, pero el lenguaje en la voz de los personajes y en la fotografía hacen también su parte.
- Claro, porque para mí la película es toda poética, hasta las casualidades. Usted ve a Alexis montado en un semáforo y que preciso haya rayos atrás, en una escena escrita en el guión con lluvia, eso es puro milagro atrapado por la cámara. Es que para encontrar la poesía sólo hay que abrir el ojo y aparece circulando por todas partes.
- Pero antes de todo está el guión, y precisamente el de La Sociedad Del Semáforo obtuvo, en su desarrollo, varios reconocimientos internacionales. ¿Cómo fue el proceso de escritura LSD-S?
- Huy, yo soy loco con los guiones, se me vuelven diarios de la cantidad de versiones. Para mí un guión, y por supuesto así fue con el de La Sociedad Del Semáforo, se vuelve una herramienta de trabajo hasta el final. Yo pego el guión en unos cuadernos gigantes, de tal manera que el guión pueda incluso quedar fuera del mismo cuaderno, así puedo trabajar dentro de lo que voy alterando, por ejemplo cómo voy a filmar o juntar historias, si tiene dibujos pegar los dibujos, las fotos de las locaciones, los mapas. Así es como el guión, para mí, termina siendo un serrucho, una herramienta. El texto tiene muchas licencias literarias, las cuales me permito en todas partes porque me encanta, y a la larga fue lo que me hizo entrar al mundo del arte, la seducción por las palabras. Pero ya en el proceso de edición, en el cual Luis Ospina hizo un trabajo duro, tuve que hacer limpieza, algo muy diferente al proceso del guión que era sumarle todo lo que pudiera. En las últimas ediciones de la película, porque se editó doce veces, me centré en desplumarla de palabrería mía, borrar mi literatura del texto para que no se oyera mi voz en la de los personajes; supongo que es de las cosas que se aprenden en el camino.
- El guión es una de las herramientas literarias para la película, pero ¿Qué hay de los otros componentes de la literatura en su cine?
- Pues vea, usted me habla de literatura y yo justo lo que quiero en la siguiente película es escribir un cuento. No voy a dialogarlo, no voy abrirlo como guión. Veo al guión como una herramienta de seducción, y es mucho más seductor cuando es un cuento que cuando es un guión.
- Precisamente en su cortometraje La casa por la ventana me quedó esa sensación, seguramente por ese detalle de dejar todo al espectador, de haber visto un cuento.
- De hecho ése corto tiene una cita de Borges al principio, y no es una pretensión, sino porque contiene el espíritu de la historia. Mostrar ese corto con esa frase es decir Claro, esto ya lo han pensado muchos, y verdaderos maestros. Sí, la idea en ese corto era tomarle una foto a un nudo, sin que importara dónde empezara la cuerda ni dónde terminara, porque en Colombia eso tiene mil introducciones y mis desenlaces: un guerrillero, un paraco, un tío loco, si hay un muerto ahí o no, si son familiares o no, ¿Por qué le habla del papá? ¿Será el papá? Toda la ambigüedad que reina allá, donde termina el mundo.
- ¿Por qué el fin del mundo?
- Porque el mundo termina en Colombia en muchas partes. Para hallar la locación de La casa por la ventana recorrí más de 2000 kilómetros, hasta que apareció un lugar que parecía el fin del mundo, pero bello.
- Hablando del fin, hace poco hablé con María Inés, la esposa de Alexis y me dijo que Alexis, antes de volverse a perder, le contó el final de la película y le pareció bastante triste.
- Pues tal vez, pero a mí no me parece triste, no sé, ¿Qué piensa usted?
- Algo muy parecido a la tristeza, lo que llamo El golpe en el hígado.
- Sí, es un momento áspero de un hombre enfrentándose a un país; es la imagen que yo tengo, de “vamos a abrir camino hijueputa”, como si los pies fueran la yunta, y eso me parece bello, y escalofriante también. Pero por otro lado yo no siento que sea desesperanzador, de hecho va hacia el verde.
- Un final que es también comienzo.
- Sí, por eso escogí unas montañas un poco siniestras. Quería el volumen de esas montañas, y que fuera esa luz dura, de ya se va la última luz y empieza la noche… pero no parece tan siniestra como en la ciudad.
- El seguir andando como una opción de Raúl Tréllez me dice, que después de todo, LSD-S no es una película de ciudad sino de carretera.
- Sí, de trancón y carretera.
- De carro, carramaneo y carretera.
- Sí, vida y caminos. Todo un road movie cómo no, y un road muy a pata también, porque los ñeros caminan todo el tiempo. Además es una película donde está mucha de la gente que más he querido en mi vida.
- ¿La carretera de su vida es visible a lo largo de La Sociedad del Semáforo?
- Sí. La gente de Vereda del Valle, toda esa gente es de verdad amiga mía, y me importa un carajo que no sepan actuar. Hay árboles que salen en la película y que yo conozco desde que soy un niño. Toda esa zona de viaje y el sueño del retorno, y el sueño de morirse, porque morirse puede ser también algo placentero.
- El cine para Rubén es la vida, la casa de los sin casa, la plastilina de los grandes. Siendo éste el significado de cine que tiene ¿Qué espera del cine colombiano?
- Nada, yo no espero nada del cine colombiano, estoy libre de cualquier tipo de expectativa al respecto. Siempre he dicho que esto es un naufragio; cuando usted no espera nada trabaja libre.
- Si su clave es no esperar nada, ¿qué busca con LSD-S y su cine propio?
- Ojalá poder recoger algo, si no, pues no pasa nada, igual estamos listos (porque esto es una decisión de equipo) para un par de batallas más antes de claudicar y colgar los guayos.
Rubén Mendoza, de 30 años y graduado de La Universidad Nacional, acaba de terminar su primer largometraje llamado La Sociedad Del Semáforo, pero la verdad este tipo que no se quita el sombrero ha estado “enfierrado” con una cámara desde niño. Dice que ha aprendido con Luis Ospina, tras charlas, risas, tragos y humo, claves que ahora siente comprender. La Sociedad Del Semáforo (LSD-S) es una película que ha ganado los premios a los que se ha presentado sin ser filmada aún, y la expectativa era alta, tanto que viajé desde Bucaramanga a Bogotá (más que kilómetros son horas y vueltas de camino) para poder ver la película antes que Cine Colombia y luego hablar con Rubén.
Para concretar la entrevista hablé con él un viernes y me dijo De una, nos vemos el lunes y de paso ve la película en el estreno para prensa. Soy el de sombrero, y como si ya hubieran pasado los días supuse que debía encontrar a alguien con sombrero de detective tan pronto colgara el teléfono. Llegué justo a tiempo el lunes, y me senté en una esquina medio incomoda donde espere y vi la película. Al principio no podía entender muy bien las cosas, pero poco a poco fui comprendiendo “el delirio” en pantalla grande y en un momento específico sentí la seguridad de estar viendo algo que me iba a joder el día (esa extraña sensación de estar viendo algo sorprendente y fuerte y bello), la certeza de una película que no se había visto antes en la zigzagueante historia del cine colombiano. Tan pronto se terminó me quedé esperando los aplausos, pero recordé que lo que había allí eran periodistas. Por fortuna no estaba solo; tres amigos me acompañaron y la igual que yo, nos quedamos sentados hasta que pasó el último crédito. Los personajes de LSD-S son un espejo sucio y al mismo tiempo, aunque sea difícil de entender para muchos, un reflejo de poesía que sólo puede dar la realidad; Raúl Tréllez, el poeta del cable, es el responsable de la vida en rojo, y entre viajes de bazuco y amor sobrevive y vuelve a empezar por un camino de carro, carramaneo y vida.
Tuve que esperar el turno de Caracol TV, Semana (creo), otra revista con cámara de video que ni la sospecha del nombre, y una mujer de cabello largo y gabán de vampiro. Después salimos del centro comercial en un auto que con condujo Daniel García, su productor, y así, a la carrera (y entre las calles 85 y 65) salió esta entrevista que fue más una charla entre un escritor que juega a periodista y un director de cine que definitivamente no se quita el sombrero.
- El día del estreno de La Sociedad Del Semáforo para la prensa, usted les respondió que su labor es a de “tejer mugre con magia”, ¿Cómo diferencia la mugre y magia para poder crear?
- La verdad, yo no sabría decirle dónde está una cosa y dónde la otra, porque usted dirá mugre el cambuche, yo pienso que ahí hay magia, o usted ve la policía y de pronto ve orden, pero yo veo mugre… o también magia en algunos, ¿por qué no? Hay que confundirlo; si realmente uno se come el cuento no se entiende muy bien dónde termina una cosa y empieza la otra, porque muchas veces en la mugre hay sinceridad, y la sinceridad es magia, por ejemplo.
- Entonces, ¿los personajes de La Sociedad Del Semáforo resultan siendo esa mezcla de belleza y suciedad?
- Claro, Raúl Tréllez, el protagonista, es el Poeta de los cables, o mire El corredor de la noche, es el verdadero dios del mugre, una estrella al revés, una persona que nadie busca y que nadie espera, y que todo el mundo desprecia, y nosotros lo estábamos buscando y lloramos de alegría cuando lo encontramos.
- Sus personajes son en general gente de la periferia, del campo, los extremos de la ciudad y del país, y ahora en La Sociedad Del Semáforo estos personajes se encuentran en la ciudad y continúan sobreviviendo, y a pesar de lo hostil de ese mundo conservan la facultad de querer.
- Sí, no más mire al cucho Cienfuegos, describe el campo que uno no ve, lo que él cuenta está lleno de cultivos y colores, y la verdad es que uno ve un campo bello pero duro, infértil, como es. Vea, es que esta gente, que suele ser ignorada y maltratada, suele ver cosas bellas y también hacer el amor.
- Otro directores han usado sus cámaras para hacer cine de la calle, y precisamente en la película, antes de cualquier imagen, se oye a Carlos Mayolo en un audio de Agarrando pueblo, ¿cuál es el sentido de esto?
- Es una advertencia; a través de Mayolo le digo de una al espectador que esto no es una película de vampiros chupasangres, sino una película de verdad, hecha con ganas y amor que dieron como resultado una ficción de delirio.
- Eso que usted llama “El Delirio” es la ficción que surge del bazuco, pero para lograrlo debe partir de la realidad de la calle. En todo esto, ¿Cuál es la verdad del ojo tras la cámara?
- La verdad es parte de todo. Aceptar que no somos trabajadores sociales, ni multimillonarios, porque si no pues nos la arreglaríamos para alargar el paraíso artificial el tiempo que fuera.
- ¿Qué es “el paraíso artificial”?
- Grabar, ser uno mismo cine mientras se hace cine, y eso incluye a la gente, el parche con el que se trabaja y se comparte la vida.
- Y en ése paraíso artificial ¿cómo es Rubén Mendoza en su rol de director de cine?
- La verdad eso de “director de cine” casi no me gusta, eso suena muchas veces a bedette intelectual. Prefiero sentirme más como un rockero, o un poeta o un carpintero. A mí me parece un oficio más, y para la mí las jerarquías pues para lo mínimo, y si se pregunta entonces que cómo he sobrevivo a todo esto, pues con mi fierrito, la cámara.
- ¿La cámara es un arma?
- Sí, la cámara es un fierro, a mí me hace sentir seguro, hasta me ha hecho cómplice de la gente que uno menos piensa. Eso sí, yo llego con las manos arriba pero también con la camarita, porque en serio, eso es un fierro, y como lo vean y lo huelan a uno… porque si uno está de vampiro eso se lo pilla el que sea. Por eso también digo que la cámara, aparte de revolver, es una guitarra.
- ¿Cómo fue el trabajo en equipo de La Sociedad Del Semáforo?
- Mire, mí película fue hecha en una corriente de amor pura y poderosa. Éramos un buen parche que siempre se movía en grupo… como le dije, fue una vaina hecha con mucho amor, pero que terminó en un despelote personal. Ese paraíso artificial terminó en la oscuridad más grande, y es que eso también es vida.
- Esos paraísos artificiales desaparecen cuando se deja de hacer cine, de grabar, pero algo debe quedar en la vida de Rubén Mendoza después del paraíso.
- Sí, mucha de la gente que afecta mi vida la he encontrado en esto: amigos, amores, todo el parche de La Sociedad del Semáforo; cuando los oigo hablar de lo que ha sido para ellos esto, pues se me pone la piel de gallina por el cariño tan bonito que existe. Incluso he metido gente de la que quiero realmente en la película, así no actuaran bien, sentía que debían estar allí porque son una parte de mí también. Está Velandia, que se ha convertido en un parcero y es quien ha escrito la mayoría de la música de la película. También está Daniel, quien ha producido todos los cortos y ahora el largometraje; desde su rol que es muy protagónico en la vida real, hasta su bajo perfil mediático, hemos entendido para dónde vamos. También he encontrado gente maravillosa con la que me he amado y a la que también he jodido y me ha jodido. Ahí, en el cine, he tenido la vida.
- Ahora que habla de Edson Velandia, ustedes llevan un periodo ya largo de trabajo y amistad, y en un artículo que escribió él para la Revista Vista Al Sur, de Bucaramanga, dice que Calavero (la canción principal de la película) es una canción en la que se oye es a Rubén y no a él. ¿Eso qué significa realmente?
- Realmente Calevero es una crónica de una cagada que yo hice, una cagada de amor, y el protagonista soy yo, por eso Velandia dice que al oír esa canción a quien se oye es a Rubén y no a él. De hecho, dice que no le gusta. Pero toda la música de la película es clave, y Velandia se encargó de eso, además, en el último crédito dice “Esto es una película Rasqa.”
- La música de LSD-S tiene una alta dosis de poesía, por ejemplo Calavero, pero el lenguaje en la voz de los personajes y en la fotografía hacen también su parte.
- Claro, porque para mí la película es toda poética, hasta las casualidades. Usted ve a Alexis montado en un semáforo y que preciso haya rayos atrás, en una escena escrita en el guión con lluvia, eso es puro milagro atrapado por la cámara. Es que para encontrar la poesía sólo hay que abrir el ojo y aparece circulando por todas partes.
- Pero antes de todo está el guión, y precisamente el de La Sociedad Del Semáforo obtuvo, en su desarrollo, varios reconocimientos internacionales. ¿Cómo fue el proceso de escritura LSD-S?
- Huy, yo soy loco con los guiones, se me vuelven diarios de la cantidad de versiones. Para mí un guión, y por supuesto así fue con el de La Sociedad Del Semáforo, se vuelve una herramienta de trabajo hasta el final. Yo pego el guión en unos cuadernos gigantes, de tal manera que el guión pueda incluso quedar fuera del mismo cuaderno, así puedo trabajar dentro de lo que voy alterando, por ejemplo cómo voy a filmar o juntar historias, si tiene dibujos pegar los dibujos, las fotos de las locaciones, los mapas. Así es como el guión, para mí, termina siendo un serrucho, una herramienta. El texto tiene muchas licencias literarias, las cuales me permito en todas partes porque me encanta, y a la larga fue lo que me hizo entrar al mundo del arte, la seducción por las palabras. Pero ya en el proceso de edición, en el cual Luis Ospina hizo un trabajo duro, tuve que hacer limpieza, algo muy diferente al proceso del guión que era sumarle todo lo que pudiera. En las últimas ediciones de la película, porque se editó doce veces, me centré en desplumarla de palabrería mía, borrar mi literatura del texto para que no se oyera mi voz en la de los personajes; supongo que es de las cosas que se aprenden en el camino.
- El guión es una de las herramientas literarias para la película, pero ¿Qué hay de los otros componentes de la literatura en su cine?
- Pues vea, usted me habla de literatura y yo justo lo que quiero en la siguiente película es escribir un cuento. No voy a dialogarlo, no voy abrirlo como guión. Veo al guión como una herramienta de seducción, y es mucho más seductor cuando es un cuento que cuando es un guión.
- Precisamente en su cortometraje La casa por la ventana me quedó esa sensación, seguramente por ese detalle de dejar todo al espectador, de haber visto un cuento.
- De hecho ése corto tiene una cita de Borges al principio, y no es una pretensión, sino porque contiene el espíritu de la historia. Mostrar ese corto con esa frase es decir Claro, esto ya lo han pensado muchos, y verdaderos maestros. Sí, la idea en ese corto era tomarle una foto a un nudo, sin que importara dónde empezara la cuerda ni dónde terminara, porque en Colombia eso tiene mil introducciones y mis desenlaces: un guerrillero, un paraco, un tío loco, si hay un muerto ahí o no, si son familiares o no, ¿Por qué le habla del papá? ¿Será el papá? Toda la ambigüedad que reina allá, donde termina el mundo.
- ¿Por qué el fin del mundo?
- Porque el mundo termina en Colombia en muchas partes. Para hallar la locación de La casa por la ventana recorrí más de 2000 kilómetros, hasta que apareció un lugar que parecía el fin del mundo, pero bello.
- Hablando del fin, hace poco hablé con María Inés, la esposa de Alexis y me dijo que Alexis, antes de volverse a perder, le contó el final de la película y le pareció bastante triste.
- Pues tal vez, pero a mí no me parece triste, no sé, ¿Qué piensa usted?
- Algo muy parecido a la tristeza, lo que llamo El golpe en el hígado.
- Sí, es un momento áspero de un hombre enfrentándose a un país; es la imagen que yo tengo, de “vamos a abrir camino hijueputa”, como si los pies fueran la yunta, y eso me parece bello, y escalofriante también. Pero por otro lado yo no siento que sea desesperanzador, de hecho va hacia el verde.
- Un final que es también comienzo.
- Sí, por eso escogí unas montañas un poco siniestras. Quería el volumen de esas montañas, y que fuera esa luz dura, de ya se va la última luz y empieza la noche… pero no parece tan siniestra como en la ciudad.
- El seguir andando como una opción de Raúl Tréllez me dice, que después de todo, LSD-S no es una película de ciudad sino de carretera.
- Sí, de trancón y carretera.
- De carro, carramaneo y carretera.
- Sí, vida y caminos. Todo un road movie cómo no, y un road muy a pata también, porque los ñeros caminan todo el tiempo. Además es una película donde está mucha de la gente que más he querido en mi vida.
- ¿La carretera de su vida es visible a lo largo de La Sociedad del Semáforo?
- Sí. La gente de Vereda del Valle, toda esa gente es de verdad amiga mía, y me importa un carajo que no sepan actuar. Hay árboles que salen en la película y que yo conozco desde que soy un niño. Toda esa zona de viaje y el sueño del retorno, y el sueño de morirse, porque morirse puede ser también algo placentero.
- El cine para Rubén es la vida, la casa de los sin casa, la plastilina de los grandes. Siendo éste el significado de cine que tiene ¿Qué espera del cine colombiano?
- Nada, yo no espero nada del cine colombiano, estoy libre de cualquier tipo de expectativa al respecto. Siempre he dicho que esto es un naufragio; cuando usted no espera nada trabaja libre.
- Si su clave es no esperar nada, ¿qué busca con LSD-S y su cine propio?
- Ojalá poder recoger algo, si no, pues no pasa nada, igual estamos listos (porque esto es una decisión de equipo) para un par de batallas más antes de claudicar y colgar los guayos.
Velandia, la Tigra y La Rasqa,
Crónica de una entrevista con Edson Velandia.
En la plazoleta, Matute, con sombrero de cowboy, le da como sabe al bajo. Atrás el Mono empieza a golpear la batería, y en la mitad un calvo, Dimitri, le habla a Piedecuesta en ruso. Gran parte de los que están acá no tienen idea de lo que es Velandia y la Tigra, de hecho una señora que está junto a mí pregunta por la Tigra, si es que no la han agarrado, porque no aparece y no entiende lo que sucede ahí arriba, con el tipo ese que quién sabe lo que estará diciendo. Y es en eso cuándo aparece, en el atrio del parque principal de Piedecuesta, una cabeza enorme de burro, con ojos completamente rojos, una cinta de presidente y protegido por dos trompetas andantes. El cabeza e` burro se mete entre la gente y sube a la plazoleta; empieza el show. Miro a la señora, y ella no puede evitarlo, se ríe.
Edson Velandia lleva 14 años de músico. El primer grupo en el que trabajó se llamó Santa Cruz, después de eso apareció Poema Del Desorden (un proyecto entre la música andina y la academia). En el año 2000, casi con la misma gente de Santa Cruz, se armó Cabuya, un proyecto de fusión entre el Porro y el Funk, o algo así, que puso a Bucaramanga a bailar y decir Huy, ése grupo es de aquí? Cabuya dejó de existir en el 2006. “Cabuya quería seguir con la misma joda de la fusión, y yo en cambió no, quería hacer lo mío, la Rasqa”, esto es lo que dice Edson, estamos en el restaurante del ÉXITO de Cabecera, y hasta ahora empezamos hablar paja.
En el 2007, año en el que Velandia y la Tigra saltó al despeñadero musical colombiano con su disco Once Rasqas, fue escogido por la emisora radio nacional de Colombia como el mejor grupo del año, y La revista Semana seleccionó su trabajo entre los diez mejores del 2007. Ante esto, la respuesta de la gente fue una: Y estos… quiénes son?
CABEZA E` BURRO
La cabeza de burro allá arriba empieza hablar. Tiene que hacerlo. Los que lo conocen saben lo que viene, pero ellos son muy pocos, unos cuantos amigos o gente que ha seguido el trabajo de Velandia. La mayoría de la gente que está en el parque ésta noche no sabe qué hacer; seguro esperaban cualquier cosa, un grupo de Rock trasnochado, o una mezcla de carranga y metal, no sé, cualquier cosa, menos que un burro se subiera a la plazoleta, empezara a hablarles y a quitarse la ropa, luego una oreja, la otra, y finalmente la cabeza, “Ahora sí, vamos en serio” y El sietemanes comienza a sonar. Ya nadie pudo escaparse; esa noche Piedecuesta bailó, fumó, bebió, saltó y aplaudió en una sola fiesta.
“El Cabeza e` burro es un payaso, eso es lo que es”, eso lo dice Edson Velandia, y es cierto. El cabeza e` burro representa y juega con lo que somos, como cuando alguien se burla de sí mismo; ahí no hay nada que hacer, porque queda claro que ese burro somos nosotros, y que ese circo que se representa en la tarima es lo nacional.
Pero la verdad, el Cabeza e` burro es sólo una parte de éste nuevo proyecto de Edson Velandia. Con él se empieza el show, pero hay más, un juego convulsionado de palabras, ritmos, sonidos e imagen. Esto tiene nombre, se llama La Rasqa.
LA RASQA y CINECHICHERA REPRODUCCONES.
“La Rasqa, nooo, Rock… pero tampoco es Rock, se parece porque es muy eléctrico. Mire, es una propuesta muy personal, es mí mierda.”
Como nos acostumbramos a ver grupos de carátula agresiva y ritmo tropical confundidos con guitarras eléctricas, la formula más simple del éxito con disqueras y emisoras fue eso, la “Fusión”, entonces Colombia se llenó de Fusión, de una fusión muy mal hecha, con casi nada de experimental y mucho de Metámosle también eso, que suena como vacano. Pero el disco Once Rasqas muestra otra cosa, algo donde se escuchan los ritmos nuestros, la Guabina, la Carranga, la Cumbia, el Rock, pero sin caer en ese embutido de supuesta innovación en la que cayó gran parte de la Escena colombiana. No, la Rasqa de Velandia es algo de verdad nuevo, con ritmo nuevo, hasta con nombre y ortografía nueva, entonces que no se diga que Velandia y la Tigra es Fusión, es otra cosa, “es una mamadera de gallo”, pero muy seria, mejor dicho, cuando se escucha una canción de Velandia y la Tigra, decimos de una Sí, esto es de aquí.
“En el circo un rasca es un payaso perezoso, mediocre, que no trabaja, el que sale con el mismo número a escena y nunca lo cambia, entonces yo no sé por qué me identifiqué con ese payaso” y nos reímos mientras que la gente de las otras mesas sigue comiendo.
“Sobre las letras de las canciones, bueno, yo le camello mucho para que no hallan palabras gratuitas; me gusta que queden muy bien cuadradas todas”. Así es, las canciones de Velandia no son de relleno, su trabajo no se limita a dos canciones bien hechas para que promocionen el disco, sino a un trabajo de múltiples dimensiones, teatro, diferentes ritmos, sarcasmo y poesía, o como me dijo Edson, “Es un encanto por las palabras”.
Cinechichera reproducciones es la disquera que decidió grabar Once Rasqas, y Zupersencillo (segundo trabajo de Velandia y la Tigra, próximo a salir). De hecho Velandia y la Tigra es el único grupo que tiene Cinechichera reproducciones, es más, ésta disquera independiente también forma parte del trabajo de Edson Velandia.
Velandia se encarga de todo porque así lo quiere, porque de esta forma puede seguir con esto, con la música. “Es que a mí me toca ponerme en esto, porque sé que lo mío es el grupo, tocar y componer, el resto del grupo hace algo, tienen familia, trabajan, son profesores, ingenieros de sonido… yo no, yo sé que me toca hacer esto bien o aguanto hambre. Esta es mi opción de ser un vago digno” y de nuevo soltamos un montón de risas.
“Es que esto es algo underground”. En Bogotá existe un buen grupo de gente que los sigue, van a sus conciertos y los apoyan, pero “si usted hace una encuesta en la séptima, a unas veinte o más personas, nadie va a saber qué es esto”, y si acá, en Bucaramanga, hacemos lo mismo, pero en la quince, creo que la respuesta sería muy parecida. “Mire es tan poca la gente que nos sigue, que yo sé quién tiene una camiseta del grupo, sé hasta a quién le he vendido los discos”. Pero esto poco le importa a Velandia, igual sabe que su objetivo no es ser escuchado por todo el mundo, ni que suene en los radios de los buses o algo parecido, tampoco busca un apoyo institucional para ser más importante, “las instituciones no importan, lo que vale es hacer música”, o que las disqueras los quieran convertir en los nuevos PlayRocks colombianos, “Para qué, pa estar lagarteándole a alguien, no, eso no es lo mío”.
A Velandia lo que le interesa es la gente, la que lo escucha y disfruta de su música, de su mierda como diría él. “Es la gente que va a los conciertos la que de verdad sostiene un grupo, porque uno tiene que vivir de la taquilla, es que eso es ser músico, o no?”.
PIEDECUESTA, SUPERZENCILLO y ROCK AL PARQUE 2008.
Piedecuesta está todo el tiempo en las canciones de Velandia, sus amigos, las calles, las palabras, la gente a la que le gusta ponerle bolas, escucharlos, y plagiarlos para que se conviertan en algo universal, como una Dublín, pero con el toque bizarro que tenemos aquí, el dicho remasterizado, el Burro, la Jodencia, las gaviotas de Piedecuesta, la Municipal, el Sietemanes, el Aguacate, la liebre, la ganya, la jeba, la falta de plata, la Farra Garrotera, la muerte… La Rasqa. Son todos como personajes que divagan entre ellos, que se miran y se conocen, y hasta bailan; “hombre… ése arraigo con el pueblo… cómo no”.
Y ahora se viene el segundo disco de Velandia y la Tigra, SUPERZENCILLO, en el que reaparece el Cabeza e` burro, pero esta vez de saco y corbata, un estilo muy familiar, el de Traquetón pseudoaristócrata casi intelectual. El lanzamiento está para el 21 de octubre, en el auditorio Luis A. Calvo de la UIS a las 7 de la noche, y estoy seguro que va ser un completo despliegue de energía, ritmo, teatro, literatura y música.
Después del lanzamiento del segundo disco viene Rock al parque, y como siempre, gente de todos lados va estar allí. Me imagino que ya deben estar armándose los toures de la incomodidad vía Parque Simon Bolívar, y la gente debe estar animándose con alguno de los grupos internacionales que viene. Siempre es así, pero también siempre hay sorpresas; en el 2004, mientras 60000 mil personas esperaban para escuchar a Robi Draco Rosa, el grupo que tocó antes fue una energía completa, tanto que el Simoncho estuvo temblando con ellos, eran Pornomotora, grupo que se ha mantenido y sigue demostrando por qué son un buen grupo de Rock colombiano. Ahora, en el 2008 va suceder lo mismo, sólo que esta vez no va ver un pogo gigantesco al ritmo de PunkRocanrollero, sino se va a bailar. Serán 60000 personas que en un principio quedarán sorprendidas con el Cabeza e` burro, originario de Piedecuesta, y que se burlará un poco de todo. Después de quitarse la cabeza aparecerá Edson Velandia, acompañado de la Tigra, y les enseñará algo llamado Rasqa, que inevitablemente los hará mover los pies y empezarán a bailar y hasta olvidar el grupo internacional que debe seguir.
Edson Velandia lleva 14 años de músico. El primer grupo en el que trabajó se llamó Santa Cruz, después de eso apareció Poema Del Desorden (un proyecto entre la música andina y la academia). En el año 2000, casi con la misma gente de Santa Cruz, se armó Cabuya, un proyecto de fusión entre el Porro y el Funk, o algo así, que puso a Bucaramanga a bailar y decir Huy, ése grupo es de aquí? Cabuya dejó de existir en el 2006. “Cabuya quería seguir con la misma joda de la fusión, y yo en cambió no, quería hacer lo mío, la Rasqa”, esto es lo que dice Edson, estamos en el restaurante del ÉXITO de Cabecera, y hasta ahora empezamos hablar paja.
En el 2007, año en el que Velandia y la Tigra saltó al despeñadero musical colombiano con su disco Once Rasqas, fue escogido por la emisora radio nacional de Colombia como el mejor grupo del año, y La revista Semana seleccionó su trabajo entre los diez mejores del 2007. Ante esto, la respuesta de la gente fue una: Y estos… quiénes son?
CABEZA E` BURRO
La cabeza de burro allá arriba empieza hablar. Tiene que hacerlo. Los que lo conocen saben lo que viene, pero ellos son muy pocos, unos cuantos amigos o gente que ha seguido el trabajo de Velandia. La mayoría de la gente que está en el parque ésta noche no sabe qué hacer; seguro esperaban cualquier cosa, un grupo de Rock trasnochado, o una mezcla de carranga y metal, no sé, cualquier cosa, menos que un burro se subiera a la plazoleta, empezara a hablarles y a quitarse la ropa, luego una oreja, la otra, y finalmente la cabeza, “Ahora sí, vamos en serio” y El sietemanes comienza a sonar. Ya nadie pudo escaparse; esa noche Piedecuesta bailó, fumó, bebió, saltó y aplaudió en una sola fiesta.
“El Cabeza e` burro es un payaso, eso es lo que es”, eso lo dice Edson Velandia, y es cierto. El cabeza e` burro representa y juega con lo que somos, como cuando alguien se burla de sí mismo; ahí no hay nada que hacer, porque queda claro que ese burro somos nosotros, y que ese circo que se representa en la tarima es lo nacional.
Pero la verdad, el Cabeza e` burro es sólo una parte de éste nuevo proyecto de Edson Velandia. Con él se empieza el show, pero hay más, un juego convulsionado de palabras, ritmos, sonidos e imagen. Esto tiene nombre, se llama La Rasqa.
LA RASQA y CINECHICHERA REPRODUCCONES.
“La Rasqa, nooo, Rock… pero tampoco es Rock, se parece porque es muy eléctrico. Mire, es una propuesta muy personal, es mí mierda.”
Como nos acostumbramos a ver grupos de carátula agresiva y ritmo tropical confundidos con guitarras eléctricas, la formula más simple del éxito con disqueras y emisoras fue eso, la “Fusión”, entonces Colombia se llenó de Fusión, de una fusión muy mal hecha, con casi nada de experimental y mucho de Metámosle también eso, que suena como vacano. Pero el disco Once Rasqas muestra otra cosa, algo donde se escuchan los ritmos nuestros, la Guabina, la Carranga, la Cumbia, el Rock, pero sin caer en ese embutido de supuesta innovación en la que cayó gran parte de la Escena colombiana. No, la Rasqa de Velandia es algo de verdad nuevo, con ritmo nuevo, hasta con nombre y ortografía nueva, entonces que no se diga que Velandia y la Tigra es Fusión, es otra cosa, “es una mamadera de gallo”, pero muy seria, mejor dicho, cuando se escucha una canción de Velandia y la Tigra, decimos de una Sí, esto es de aquí.
“En el circo un rasca es un payaso perezoso, mediocre, que no trabaja, el que sale con el mismo número a escena y nunca lo cambia, entonces yo no sé por qué me identifiqué con ese payaso” y nos reímos mientras que la gente de las otras mesas sigue comiendo.
“Sobre las letras de las canciones, bueno, yo le camello mucho para que no hallan palabras gratuitas; me gusta que queden muy bien cuadradas todas”. Así es, las canciones de Velandia no son de relleno, su trabajo no se limita a dos canciones bien hechas para que promocionen el disco, sino a un trabajo de múltiples dimensiones, teatro, diferentes ritmos, sarcasmo y poesía, o como me dijo Edson, “Es un encanto por las palabras”.
Cinechichera reproducciones es la disquera que decidió grabar Once Rasqas, y Zupersencillo (segundo trabajo de Velandia y la Tigra, próximo a salir). De hecho Velandia y la Tigra es el único grupo que tiene Cinechichera reproducciones, es más, ésta disquera independiente también forma parte del trabajo de Edson Velandia.
Velandia se encarga de todo porque así lo quiere, porque de esta forma puede seguir con esto, con la música. “Es que a mí me toca ponerme en esto, porque sé que lo mío es el grupo, tocar y componer, el resto del grupo hace algo, tienen familia, trabajan, son profesores, ingenieros de sonido… yo no, yo sé que me toca hacer esto bien o aguanto hambre. Esta es mi opción de ser un vago digno” y de nuevo soltamos un montón de risas.
“Es que esto es algo underground”. En Bogotá existe un buen grupo de gente que los sigue, van a sus conciertos y los apoyan, pero “si usted hace una encuesta en la séptima, a unas veinte o más personas, nadie va a saber qué es esto”, y si acá, en Bucaramanga, hacemos lo mismo, pero en la quince, creo que la respuesta sería muy parecida. “Mire es tan poca la gente que nos sigue, que yo sé quién tiene una camiseta del grupo, sé hasta a quién le he vendido los discos”. Pero esto poco le importa a Velandia, igual sabe que su objetivo no es ser escuchado por todo el mundo, ni que suene en los radios de los buses o algo parecido, tampoco busca un apoyo institucional para ser más importante, “las instituciones no importan, lo que vale es hacer música”, o que las disqueras los quieran convertir en los nuevos PlayRocks colombianos, “Para qué, pa estar lagarteándole a alguien, no, eso no es lo mío”.
A Velandia lo que le interesa es la gente, la que lo escucha y disfruta de su música, de su mierda como diría él. “Es la gente que va a los conciertos la que de verdad sostiene un grupo, porque uno tiene que vivir de la taquilla, es que eso es ser músico, o no?”.
PIEDECUESTA, SUPERZENCILLO y ROCK AL PARQUE 2008.
Piedecuesta está todo el tiempo en las canciones de Velandia, sus amigos, las calles, las palabras, la gente a la que le gusta ponerle bolas, escucharlos, y plagiarlos para que se conviertan en algo universal, como una Dublín, pero con el toque bizarro que tenemos aquí, el dicho remasterizado, el Burro, la Jodencia, las gaviotas de Piedecuesta, la Municipal, el Sietemanes, el Aguacate, la liebre, la ganya, la jeba, la falta de plata, la Farra Garrotera, la muerte… La Rasqa. Son todos como personajes que divagan entre ellos, que se miran y se conocen, y hasta bailan; “hombre… ése arraigo con el pueblo… cómo no”.
Y ahora se viene el segundo disco de Velandia y la Tigra, SUPERZENCILLO, en el que reaparece el Cabeza e` burro, pero esta vez de saco y corbata, un estilo muy familiar, el de Traquetón pseudoaristócrata casi intelectual. El lanzamiento está para el 21 de octubre, en el auditorio Luis A. Calvo de la UIS a las 7 de la noche, y estoy seguro que va ser un completo despliegue de energía, ritmo, teatro, literatura y música.
Después del lanzamiento del segundo disco viene Rock al parque, y como siempre, gente de todos lados va estar allí. Me imagino que ya deben estar armándose los toures de la incomodidad vía Parque Simon Bolívar, y la gente debe estar animándose con alguno de los grupos internacionales que viene. Siempre es así, pero también siempre hay sorpresas; en el 2004, mientras 60000 mil personas esperaban para escuchar a Robi Draco Rosa, el grupo que tocó antes fue una energía completa, tanto que el Simoncho estuvo temblando con ellos, eran Pornomotora, grupo que se ha mantenido y sigue demostrando por qué son un buen grupo de Rock colombiano. Ahora, en el 2008 va suceder lo mismo, sólo que esta vez no va ver un pogo gigantesco al ritmo de PunkRocanrollero, sino se va a bailar. Serán 60000 personas que en un principio quedarán sorprendidas con el Cabeza e` burro, originario de Piedecuesta, y que se burlará un poco de todo. Después de quitarse la cabeza aparecerá Edson Velandia, acompañado de la Tigra, y les enseñará algo llamado Rasqa, que inevitablemente los hará mover los pies y empezarán a bailar y hasta olvidar el grupo internacional que debe seguir.