Miguel Castillo Fuentes
(1985) Licenciado en Español y Literatura de la Universidad Industrial de Santander; Magíster en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia. Ha publicado los libros de cuentos Peces para un acuario (2010), Tres hombres solos (2013) y El resplandor de la derrota (2018). Sus cuentos han sido publicados en diferentes medios de Colombia, Venezuela, Panamá, México, Cuba y España, entre ellos el libro Cuentos y relatos de la literatura colombiana, tomo IV (2023). Del 2020 al 2022 formó parte del equipo coordinador del Concurso Nacional de Escritura "Colombia, territorio de historias", del Cerlalc y el Ministerio de Educación. Ha sido promotor de lectura y escritura del Cerlalc y la Secretaría de Educación de Bogotá en bibliotecas escolares, y tallerista de la Red de Talleres de Escritura de Bogotá, Idartes. Actualmente es docente en la Maestría en Creación Literaria de la Universidad Central.
Sobre la obra de Miguel Castillo Fuentes:
“He releído con mucha atención “Tres hombres solos” y diría que es un cuento que debe aparecer en toda antología que se respete. Miguel Castillo es de las nuevas voces en el cuento.”
Ramón Illán Bacca
"La primera vez que leí a miguel castillo me sorprendió la potencia de su ternura. el sabor a pueblo viejo, a mundo olvidado, a infancia tranquila y lejana. me sorprendieron sus construcciones de experiencias, a medias vividas y a medias imaginadas, que revelan una grieta en el interior de sus lectores; una grieta que solemos dejar a oscuras, pero que sus cuentos llena de una luz cálida y dorada, como cuencos kintsugu."
María del mar escobedo
"Miguel Castillo construye sus relatos frase por frase, con precisión matemática. No hay palabra que sobre o escena que pueda ser considerada superflua. Y en todas ellas emerge la soledad. Las ilusiones de sus personajes están destinadas al fracaso. Más que dialogar, estos seres dan forma al más desolador de los silencios."
Jesús Antonio Álvarez Florez
"Miguel Castillo es un escritor que no podría soportar la existencia sin la compañía de esas almas atribuladas que viven en los cuentos. Por eso lee cuentos sin cuartel; por eso escribe cuentos sin cuartel. Acaso porque haciendo uso de las mejores destrezas narrativas de que un escritor puede disponer, entiende que es el género breve el que mejor se asoma al inmenso inventario de pesadillas que envuelven al hombre de hoy en día."
Betuel Bonilla Rojas
"Las historias que componen El resplandor de la derrota irradian una luz opaca y sucia, casi triste. Es sutil como los más intensos recuerdos y agudo como ciertas clases de íntimo dolor."
Jefferson Mejía
El resplandor de la derrota. Miguel Castillo. Bucaramanga: División de Publicaciones, Universidad Industrial de Santander. 2018.
María del mar escobedo
La primera vez que leí a Miguel Castillo me sorprendió la potencia de su ternura. El sabor a pueblo viejo, a mundo olvidado, a infancia tranquila y lejana. Me sorprendieron sus construcciones de experiencias, a medias vividas y a medias imaginadas, que revelan una grieta en el interior de sus lectores; una grieta que solemos dejar a oscuras, pero que sus cuentos llenan de una luz cálida y dorada, como los cuencos Kintsugi.
Miguel Castillo nació en San Gil, en 1985. Es licenciado en español y literatura, ha sido finalista en múltiples concursos literarios, director de múltiples talleres, formador de docentes y promotor de lectura y escritura. Ha publicado los libros Peces para un acuario (2010), Tres hombres solos (2013) y El resplandor de la derrota (2018). Miguel Castillo es, ante todo, un escritor. Un autor que habita su realidad con conciencia de fantasma, con un alma mucho más vieja que su joven anfitrión, que recorre las calles, las veredas y los días de la realidad colombiana con la imaginación contagiada de las preocupaciones de Faulkner, de los simbolismos de Melville y de la fatalidad de Hemingway. Sus narraciones son una forma del cuento moderno, heredera de la sutileza urbana de la literatura norteamericana del siglo XX y de lo extraordinario de la cotidianidad presente en el Boom latinoamericano. El estilo sobrio heredado de Fonseca, la belleza juguetona de Cortázar y las historias sencillas y descarnadas de Ribeyro encuentran un campo fértil e inmenso en la imaginación de Castillo.
El resplandor de la derrota es un libro compuesto por ocho cuentos, todos diferentes en sus escenarios y acciones, pero todos similares en sus protagonistas: hombres y mujeres derrotados por el peso de sus días. El libro fue ganador de la “Convocatoria de Estímulos de Cultura de la ciudad de Bucaramanga 2018, Bucaramanga cree en tu talento”, y fue publicado en agosto del mismo año. En él, Castillo nos propone un recorrido por las pasiones, las ilusiones, las costumbres y los cuerpos como campos de batalla. Las formas de la derrota que explora este libro son cuatro: el amor, la fantasía, el aburrimiento y la crueldad.
Los dos primeros cuentos, “Papá en la sala” y “Amor”, exploran las derrotas del corazón. El primero cuenta la historia de un hombre joven que rechaza la propuesta de vivir con su padre. En consecuencia, el padre se muda al apartamento del hijo sin previo aviso, como un fantasma que solo duerme, come y ve películas de Steven Seagal en el televisor de la sala. Mientras tanto, el joven fantasea con un amor perdido hace tiempo. El segundo cuento narra la historia de un muchacho enamorado de una chica que asiste a su misma iglesia, pero que no es correspondido por ella. En estos relatos asistimos a un enfrentamiento terrible: el ardor del amor frente al de la desilusión. El resplandor del amor y de la fe, del recuerdo y la añoranza, se apaga cuando descubrimos que el amor es una ilusión, un hechizo que no tiene mucho que ver con el ser amado y todo que ver con el deseo del amante.
“El último verano” y “Los seguidores de la ley” son los dos cuentos manifiestamente fantásticos de este libro. En el primero, el fantasma de Hemingway sufre de bloqueo de escritor y, en su búsqueda de inspiración, termina participando en un concurso de disfraces de Hemingway. El segundo narra la historia de un grupo de aficionados al fútbol que fundan una hinchada para apoyar a los árbitros. Ambos cuentos exploran, por medio de un humor nostálgico, la figura del perdedor por omisión, el que ya está fuera del juego. La angustia del suicida es la congoja de su fantasma: ver su obra transformada en culto, su vida reducida a una trivia, su imagen convertida en un disfraz. El árbitro nunca pierde, pero tampoco gana.
La derrota de estos personajes es una posición asumida y sobria, en la que toda la fuerza viene de la resignación, de la aceptación de la pérdida, pero también de la conciencia de cierta belleza que los dignifica.
“Autobús” y “Algo más bello que el viento” son historias de desamor y aburrimiento. El primero narra una ruptura amorosa que ocurre en un bus. El segundo cuenta la historia de una prostituta recién llegada al pueblo que enamora a todos los hombres y pronto se queda con su dinero, lo que causa indignación y furia entre las mujeres.
Estos relatos exponen de manera brutal una vulnerabilidad terrible: el dolor del final indebido, de la ilusión no correspondida. Exploran el amor vencido por el abandono, lo íntimo hecho público, lo especial hecho genérico, el dolor hecho vergüenza. Exploran la relación entre el deseo y el aburrimiento, entre la belleza y la violencia, entre la ilusión de posesión y la voracidad del hambre.
“Un llano extenso con una boca en la tierra” y “El ruido del vacío” son cuentos explícitamente violentos. Exploran la destrucción de las ideas, del amor, del aprendizaje y de la empatía; la destrucción de todo lo delicado, tierno y frágil, por medio de la crueldad. El primero narra la vida de un maestro que ha sido asignado a una escuela en una zona de guerra. El último es el más fuerte de todos. Fuerte por violento, fuerte por doloroso y fuerte por lo irremediable. El ruido del vacío es ese silencio que queda cuando un niño le destruye el alma a otro niño.
Este libro es, para mí, una compañía. Un refugio. Un amigo que ha vivido, que ha sufrido, que me quiere; que está ahí para consolarme. No me da respuestas, no me facilita nada, pero me reconforta. Ilumina, con el calor de su ternura, todas mis derrotas. Y es que en ese resplandor de sus páginas no hay solo fascinación, nostalgia e inmovilidad: en la ternura de la luz, de la aceptación de la derrota, hay una ilusión de cambio. Como la película al final del cuento, en la que Steven Seagal despierta de un coma después de siete años, el lector acaba el libro y despierta del letargo y de la angustia, se sacude la tierra de las heridas y se sienta a esperar que venga la próxima batalla.
Texto publicado originalmente en el N° 21 de la Revista Latin American Literature Today
https://latinamericanliteraturetoday.org/es/rese%C3%B1as/el-resplandor-de-la-derrota-de-miguel-castillo/
UN RESPLANDOR DE MILLONES DE AÑOS
John F. Galindo
Me gusta pensar en la obra de ciertos escritores como una especie de agujero negro que se crea cuando una estrella agota su combustible y la materia restante, si queda suficiente, colapsa debido a su propia gravedad. Esos espacios capaces de yuxtaponer a las facultades múltiples de la naturaleza un poder de asombro que va más allá de la mirada humana y que, al mismo tiempo, son “dispositivos que atrapan la luz, concisos microcosmos que lo contienen todo".
También me gusta pensar en la vida como un bus descompuesto en donde habitan todas las historias de amor del universo, todos los partidos perdidos, las oraciones a un dios sordo que te escupe a la cara y te ignora mientras afuera ha dejado de llover. Me gusta pensar en mis amigos, en los viejos tiempos en los que jugábamos a inventar historias para sobrevivir y para soportar la furia que el calor otorga a quienes pensamos en escapar, sin darnos cuenta de que corremos en círculos, como perros adormecidos, como fantasmas derrotados incapaces de atravesar los muros de esa casa en la que duermen las ficciones que nos condenan.
Uno de esos escritores de los que hablo es también mi amigo, uno de esos amigos de los que hablo conduce también un autobús resplandeciente que no se detiene, que avanza con un ritmo desenfrenado sobre las autopistas del miedo, del tiempo, del fracaso. No sé hace cuánto tiempo conozco a Miguel Castillo y no me importa, lo que importa aquí es que hoy celebramos su nuevo libro, lo que importa aquí es que hoy sus palabras han configurado un territorio nuevo en donde los pasajeros de ese viaje abren y cierran los ojos ante una realidad que los somete y los condena y los abandona. Un punto en el espacio dentro de la realidad (una iglesia por ejemplo) pero que acaba siendo tocado por lo desolador (un pastor que te dice que ya estás listo, que dios ha sido testigo de tu paciencia, mientras lo maldices). Esa angustia, que Miguel ha sabido consolidar en los nueve cuentos que se articulan en El resplandor de la derrota, pone de manifiesto la extrañeza de los hombres y mujeres que no saben nadar, que olvidaron amar, que caminan por la vida con el peinado impecable de Steven Segal frente a la pantalla, pero con el alma rota, como si fueran gatos que naufragan dentro de una bolsa que alguien arrojo al río, como alguien que pelea con su sombra en las calles del barrio. Aquí el lenguaje, la voz singular de cada narrador se adelgaza y se estira y se transforma en virtud de una prosa que obedece a la vertiginosidad de los tiempos que corren y que escapan de la contemplación, la meditación o cualquier tipo de artificio innecesario.
Están aquí nuevamente los temas que ya se van constituyendo en el universo narrativo de Miguel Castillo –la soledad, el desamor, la sangre que brota de la boca al pronunciar el nombre de una mujer lejana, el padre sentado frente al televisor como en una especie de hipnosis, los espacios amenazantes, las deformaciones, la violencia particular, casi secreta que esconden sus personajes– esta vez de la mano de un tono sereno, maduro en su entramado, pero rebelde en su esencia. Hay en los relatos que integran este volumen un eje temático clave: la distancia que separa los cuerpos. El aire que circula triste entre esos cuerpos. Y, desde allí, esas intensidades agónicas se dibujan como conexiones algo insólitas, tiernas y hasta humorísticas en esas casas a las que se nos invita a entrar. El lector encontrará en estas páginas habitaciones cuyo interior muta; pasadizos que esconden derrotas inimaginables; la sombra de esos escritores que son la grandeza y la derrota, rituales con fuego, con himnos, con banderas negras que se agitan con el mismo aire de la tristeza de siempre; y, de fondo, el abandono, el paso del tiempo, la luz de esas estrellas que se extinguieron hace millones de años y que apenas llega hasta nosotros.
A menudo me gusta pensar también en esos libros que son como el brillo lejano que llega a instalarse en esa región dedicada a nuestro propio olvido, como aquel hombre que cava su propia tumba mientras piensa en el amor perdido, en las cosas que existen más allá de la duda y el silencio, en la forma de las nubes que cuando se miran desde un bus en movimiento son como las cucarachas que se escapan cuando alguien enciende la luz de la cocina.